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el periodico de saltillo
Agosto 2017
Edición No. 342


Venezuela, la crisis diplomática

Alfredo Velázquez Valle.


En el pasado mes de mayo se celebró en Cancún, México, una reunión extraordinaria “para buscar una salida diplomática a la situación de crisis política y humanitaria del país bolivariano” (dixit la reacción derechista americana), Venezuela.

Es conocido el contexto general que atraviesa el país sudamericano; al interior, una serie de desajustes entre el Estado de bienestar heredado del gobierno del Gral. Hugo Chávez y su creciente y corrompido burocratismo y de otra parte, los intereses del capital trasnacional (estadounidense primordialmente) por apropiarse –mediante y debido a esta crisis interna que hoy padece- de sus valiosos recursos naturales, de entre ellos sus enormes yacimientos minerales del sureste, del petróleo y de reservas hídricas.

El deleznable canciller mexicano, Luis Videgaray, instó a la Organización de Países Americanos a que se llegue a una resolución clara “ante la gravedad de la crisis”, a la cual calificó como ya se anotó “de declive económico y de una emergencia humanitaria insostenible”. La resolución que pidió el perruno canciller es clara; palabras más palabras menos, la intervención norteamericana, el derrocamiento del gobierno chavista y sus terribles consecuencias para el proletariado venezolano y el pueblo en general.

El momento ya ha pasado y transcurridos dos meses aproximados; las relaciones diplomáticas entre los países que se vieron directamente involucrados han quedado fracturadas, o simplemente rotas.

La “diplomacia” aplicada por aquellos países americanos que, interesados en que Venezuela volviera al redil de la democracia a modo, ha resultado en un terrible y sonado desastre que bien entendido es el fracaso de la política de intervención de los Estados Unidos en el continente, en especial de las naciones de Latinoamérica.

Lo sucedido ahora con Venezuela recuerda lo ocurrido con Cuba cincuenta y tantos años atrás, cuando este país revolucionario es excluido del concierto de naciones continentales sumisas y plegadas a los designios de la nación opresora. En aquel entonces (1962), la diplomacia mexicana brillo en Punta del Este por su postura viril ante el amo del continente.

Sin embargo, ni Cuba ni Venezuela tienen hoy otro recurso que el de mantener con dignidad, ante el mundo, su discurso diplomático de naciones libres, independientes y soberanas (hasta donde se pueda) frente al embate que de tiempo en tiempo arrecia sobre ellas de parte del amo y sus canes.

Hasta aquí hemos hablado en términos de naciones en conflicto; incluso, podemos decir de naciones que transitan o están en procesos, no siempre exitosos, de transición hacia modelos de desarrollo social alternativos al neoliberalismo capitalista que se ha comido al resto de las naciones del orbe.

Pero como el conjunto de estas naciones no representan, al interior de sus fronteras y sus gobiernos, fiel y realmente los verdaderos intereses de sus clases proletarias, hemos de puntualizar que aunque la simpatía está con Venezuela y su brillante canciller, Delcy Rodríguez, la clase trabajadora de esta nación amiga no la está pasando tan bien y que dentro del gobierno del presidente Maduro continúa teniendo enemigos irreconciliables como lo es la propia burocracia y la emergente burguesía que se ha mantenido y crecido bajo el amparo de las mismas estructuras chavistas.

Esto deberá tomarse en mucha consideración ya que cuando se trata de tomar postura en altercados entre naciones donde la propiedad privada de los medios de producción aún continúan en manos de particulares, es decir, naciones donde las clases poseedoras tienen el control de la vida de la nación, los intereses que se defienden serán en última instancia los intereses de esas mismas clases poseedoras y no los que corresponden a las capas más numerosas de desheredados, o sea los obreros del campo y la ciudad.

Esto es el caso particular de Venezuela que aunque la política económica heredada del Gral. Chávez trajo (en un pasado reciente) beneficios sustanciales a las capas más desfavorecidas de la sociedad venezolana (salud y educación sobre todo), no ha logrado desarticular los mecanismos por los cuales es el Estado el que en última instancia genera y/o legitima dichas desigualdades.

El Estado venezolano, y por ende su gobierno, continúan siendo gobierno y Estado de clase; por más agudo y radical que el discurso del presidente Maduro parezcan ser, no deja de ser la expresión de una ideología: la del chauvinismo bolivariano.

Ni siquiera estamos hablando de la defensa de un país donde su burguesía revolucionaria ha proclamado la autodeterminación económica, la primera de las autodeterminaciones a que toda sociedad ha de aspirar. No ha atacado con seriedad al burocratismo timorato y corrompido que salpica de lodo los magros logros que aún sobre viven del chavismo.
Aunado a esto, el gobierno no ha puesto en manos del pueblo (léase la clase trabajadora) las armas con las que junto al ejército bolivariano mantendrían incólume la República patria de Bolívar (y patria de los trabajadores, como se dice) para confrontar las resistencias internas (las guarimbas, los grupos paramilitares armados que desestabilizan lo poco estable que queda del gobierno madurista) como las posibles intervenciones que desde el norte pudieran emprender mercenarios de otras naciones como el degenerado Vicente Fox, o francamente militares como los marines norteamericanos llamados al toque de guerra por el fascista Trump.

Debido a todo ello, defender al gobierno venezolano contra la injerencia de la OEA, principalísima arma de desmantelamiento de movimientos populares y alternativos al imperialismo continental representado por los Estados Unidos, es correcto si planteamos la cuestión en términos de nación y auto determinación de los pueblos para elegir la forma de gobierno que mejor les convenga y resolver sus problemas internos sin injerencia de nación alguna.

Pero, si hablamos en términos de clases sociales, la situación queda totalmente modificada y entonces diremos que en la defensa de la patria asediada por otra más fuerte o una coalición de países injerencistas, intervendremos a su favor solo si el gobierno de esa patria asediada es producto de movimientos populares radicales alternativos cuyo objetivo sea profundizar en los mismos, en su revolución, en aras de una patria socialista; sin embargo, si esa nación asediada, paralizada por la intervención y/o bloqueo económico externo y el sabotaje desde el interior por su burguesía explotadora no logra, a través de su gobierno, poner a las masas trabajadoras (y/o desheredadas) en pie de lucha por la defensa de sus intereses de clase diremos que en tanto ese discurso populista sobre el bienestar de las masas no se traduzca en acciones concretas que conlleven a esa otra realidad más tangible, es decir al control obrero sobre los medios de producción, el apoyo de clase a esa nación sitiada estará condicionado por otro tipo de ponderaciones que corresponderán más a la estrategia y táctica del movimiento obrero internacional que a los intereses de la burguesía de ese país.

Por sobre un proletariado asediado por tres flancos: la injerencia exterior (E.U.), las bandas fascistas y reaccionarias al interior y el propio aparato de Estado que no aboliendo las antiguas formas de explotación capitalista continúa dando validez y sustento a esa nación que no ha dejado de ser capitalista por nacionalista que se proclame, es por el que hay que mover hoy la solidaridad de clase internacional, aunque esto sea tristemente un acto puramente de contenido más moral que efectivo.

Es decir, recurrir por enésima vez a la sutileza, a la diplomacia requerida siempre por el débil para con el opresor y que no debería ser hoy más que la decisión firme de un proletariado abanderado por un partido revolucionario y en pie de lucha por paralizar la mano criminal de la violencia imperialista.

 
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