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el periodico de saltillo
Septiembre 2017
Edición No. 343


El Obelisco

Glenda Prado Cabrera.

Looney cerró la llave del oxígeno y espero a que la visión se fuera aclarando a través del casco de cristal, poco a poco los rasgos del paisaje se fueron haciendo más claros, y pudo observar más allá de su horizonte como las sombras se iban disipando conforme el sol traspasaba el grueso cumulo de nubes.

Había parado de llover tras varios días de constantes tormentas y el astronauta, obligado a permanecer en su improvisado refugio desde que lo dejaran caer del módulo de mando, no le había quedado más que esperar que parara aquel diluvio para poder por lo menos levantarse y otear los pantanosos alrededores.

Ya el comandante Harvey le había advertido de los riesgos de bajar en aquellas condiciones a la superficie de aquel planeta perdido, sin embargo pudo más la terquedad y el espíritu de arqueólogo que animaba a Looney, sobre todo tras recorrer con las sondas atmosféricas aquellas tierras y detectar lo que aparentemente eran construcciones inteligentes.

Y he aquí que no al parecer no se había equivocado, a cosa más o menos de un kilómetro hacia el sur se levantaba lo que parecía ser un obelisco oscuro de alrededor de 100 metros de altura, carente de ventanas o alguna abertura visible y que evidenciaba aún desde lejos su factura artificial, sobretodo porque se veía coronado por una balaustrada en su parte alta que rodeaba una forma difusa entre la neblina húmeda.

Hacia allá dirigió sus pasos y a pesar de la dificultad de andar entre la gruesa capa de lodo y agua estancada, después de un par de horas se había acercado lo suficiente para constatar que la edificación era de manos inteligentes, de rocas o ladrillos pulidos donde se empotraban a trechos gruesas argollas de piedra y aberturas para colocar los pies.

-¡Antares Dos, Antares Dos, me escuchan- grito a través del micrófono, ya hacía varios días que había perdido la comunicación debido al pésimo clima, quizás esta vez tendría suerte-¡Antares con un carajo contesten, soy Looney, aún están por aquí, espero no se hayan largado y me dejaron en esta maldita bola de lodo!-.

Siguió el silencio, luego un chasquido y el eco de una voz casi apagado, -¡Looney, donde estabas metido, Harvey dio la orden de marcharse ayer pero insistí que esperaremos un día más, ¿qué pasó?-.

Aspirando profundo para tomar aire el arqueólogo busco hacer un breve resumen de lo que había pasado los días anteriores, encaramado en una covacha en medio de un mar de lodo, luego con visible emoción agrego –Serguei dile a ese maldito anciano que yo tenía razón, las sondas tenían razón, acabo de encontrar la prueba, estoy frente a una aguja gigantesca y te juro por el diablo que esta piedra no la hizo nada natural, dile que mande equipo y gente, esto puede ser el descubrimiento del siglo-.

Siguió una nueva pausa, luego la voz volvió a hacer eco en el casco, -Entiendo compadre, se lo diré pero no te aseguro nada, manda algunas fotos y espera la respuesta pero si es negativa tendrás que dejar la bola a la de ya o te dejamos ¿entendiste?-.

-Fuerte y claro maldito ucraniano, fuerte y claro, ahora voy a seguir investigando esto y en cuanto tenga algo más les avisare-.

-No te arriesgues estúpidamente, espera a que lleguemos, ¡Looney, Looney!- pero aquel ya no lo escuchaba, cerro la comunicación y se dispuso a subir por las argollas hasta el final del obelisco que ya reflejaba en sus húmedos ladrillos el naciente sol.

Fue más difícil de lo que se imaginaba, en varias ocasiones estuvo a punto de resbalar y caer al vacío pero se agarró con las uñas a alguna de las aberturas y siguió adelante, avanzando lentamente mientras el suelo se veía cada vez más lejano alla abajo.

Casi a mediodía llegó por fin a la balaustrada, estirando la mano y dando un último salto se encaramo sobre ella y salto al piso de grises baldosas del otro lado, se dio unos minutos para recuperar la respiración y limpiarse la víscera del casco.

Entonces pudo mirarlo, ahí frente a él, sobre un pedestal de mármol manchado por los siglos y el clima salvaje una estatua de jade verde le observaba a través del abismo de un tiempo indefinido.

Looney recordó hasta donde pudo que nadie había considerado la posibilidad de que hubiera vida, si acaso muy primitiva en aquel planeta, nada más inteligente que una planta o una salamandra, jamás algo que pudiera considerarse producto de un ser con inteligencia, y ahora estaba esto, levantado en medio de la nada y con una talla que parecía totalmente fuera de lugar en medio de aquellos pantanos.

Se fue acercando para mirarla mejor y poder tomar las imágenes que luego mandaría al Antares, lo embargaba una emoción extraña, la de aquel que descubre algo que nadie antes conocía, algo nuevo, increíble, de repente imagino las felicitaciones, los honores, su nombre en la historia por ser el primero en descubrir una civilización fuera de la Tierra.

Los gritos de Serguei lo sacaron de su fantasía, -¡Responde Looney maldito irlandés!, el comandante ya vio las fotos, dijo que no tenemos equipo para lo que pides, toma lo que puedas y marca tu ruta para recogerte en dos horas-.

-¡Dos horas, dos horas maldito burócrata, ok captado el mensaje, marcare el sitio del obelisco para que me levanten aquí, dile que le llevare en persona algo por lo que se arrepentirá de su estupidez-.

Cortó la perorata chillona del ucraniano y retorno a examinar la figura en el pedestal, era humanoide no cabía duda, nadie en su sano juicio en la Tierra hubiera imaginado algo así.
Era achaparrada, casi obesa, con una cabeza de la que salían ocho tentáculos, sobre ellos ocho pequeños ojos como los de las arañas le miraban fijamente, bajo el cuello un cuerpo achaparrado casi obeso de cuyo torso salían cuatro pequeño brazos terminados en una mano casi humana de cuatro dedos y abajo, sentado en cuclillas sobre una falda de múltiples extremidades parecidas a las del ciempiés y al pie de ellas una serie de letras o glifos representando imágenes de aquel ser y otros parecidos.

Con cierta aprensión Looney quitó con la mano la pátina y el lodo acumulado sobre ellas y pudo ver en una especie de película prehistórica al ser y su mundo, tuvo un breve atisbo de lo que aquello significaba, y se estremeció.

Lo que fuera aquello había llegado con otros más a aquel planeta en un tiempo tan remoto que la vida apenas surgía de esos eriales, con infinita paciencia manipularon los elementos químicos del agua y la atmosfera para crear seres que les ayudaran a levantar no uno, sino cientos de obeliscos como aquel en los nuevos continentes.

Desde ahí, sus hogares, laboratorios y observatorios se extendieron con sus sirvientes por el planeta que en aquel entonces era ya un paraíso selvático lleno de vida.

Y sus sirvientes surgidos del lodo primordial, llegaron a tener inteligencia y adoraron a aquellos sus creadores construyendo templos y altares al lado de las agujas de piedra, y las noches se llenaron de canticos y sacrificios al pie de las casas de los señores estelares.

De cómo aquellas imágenes llegaron a la mente de Looney con solo ver los glifos fue algo que le desconcertó, pero más lo fue cuando al voltear no vio un cielo oscuro y nublado, sino una profunda noche estelar donde brillaban refulgentes dos lunas, y bajo el extendiéndose por la planicie, decenas de hogueras desde las que surgía un cántico monótono y grave.

Pero lo peor fue cuando intentó comunicarse con la Antares, y de su boca surgieron palabras desconocidas, como una oración en una lengua tan muerta como aquel planeta.
Se estremeció al darse cuenta que ya no tenía el traje a presión, y al voltear a mirar sus manos estas sólo eran dos largas extremidades terminadas en pinzas, y cuando quiso correr tropezó porque no estaba habituado a moverse sobre cuatro patas.

Entonces lo escucho, en el fondo de su mente, una voz arcaica pero que conocía bien, y despacio volvió sentarse sobre las baldosas, ya más calmado, al lado de los otros adoradores en tanto que frente a él la estatua de jade verde extendía uno de sus brazos y con paciencia hurgaba en el cerebro de Looney.

-¡Aquí Antares, estamos tratando de localizarse hace horas, ¿estás bien?- le grito Serguei por los audífonos.

La nave se acercó lentamente al pie del obelisco, ahí levantando y girando la mano lentamente para que lo vieran, el astronauta observaba con una mirada fija y en silencio esperando que aterrizara; en el otro brazo desde la profundidad de aquellos ocho ojos de esmeralda, El aguardaba para iniciar el viaje hacia su nuevo hogar.


 

 
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