publicación Online
 
 
el periodico de saltillo
Marzo 2016
Edición No. 325


La escuela pública de hoy

Alfredo Velázquez Valle.

La escuela pública (si tal existe aún) ha tenido en su ya larga historia elementos que han dejado entrever las intenciones que el Estado mexicano ha tenido como prioritarias en determinado momento.

La creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921 y cuyo primer titular fue el nada congruente Lic. José Vasconcelos, marca solo el comienzo del accionar del naciente Estado mexicano por monopolizar la educación básica que había sido coto casi exclusivo de un clero católico corrupto y de una aristocracia terrateniente; terrenos en los cuales el campesinado y las capas bajas de las ciudades no alcanzaron sino las migajas de una muy pobre “instrucción elemental”.

El paso de una economía rural basada en la propiedad de extensas regiones por una casta de hacendados que hacían producir la tierra por un campesinado ignorante, no tomó nada en serio la importancia que la escuela pública pudiera reportarle a las clases desheredadas.

Con el advenimiento de la insurrección popular y el triunfo de una revolución social que demandaba JUSTICIA SOCIAL para una población que había permanecido ajena a los productos de su trabajo -robados por una élite segregacionista, racista y religiosa- el acceso a la educación, así fuera básica, elemental, se convirtió en una de las demandas y en uno de los más significativos logros alcanzados por esta Revolución.

Sin embargo, desde 1921 a la fecha los sucesivos gobiernos que han determinado las llamadas “políticas educativas” derivadas a su vez de políticas económicas, se han regido, fundamentalmente por las demandas de los mercados, primero nacionales y en segundo por las necesidades del sector internacional, aunque más precisos, de la economía de las grandes potencias occidentales: Estados Unidos, el primero. Jamás otra la intencionalidad.

De aquellas aspiraciones legítimas que inspiraron al primer artículo tercero (sin las enmiendas que hoy presume el Senado) ha quedado sólo una cáscara que hoy mal cubre a una población cada vez más lejos de la educación y más cercana a una mera instrucción que aspira al dominio de meras competencias para la adaptación.

Así, Vasconcelos, en su tiempo, urgía la apropiación por parte de la población nacional de una cultura que sería llave de acceso para la integración al mundo de la economía capitalista. El terrible despilfarro económico en ediciones populares de gran tiraje de los clásicos de la literatura grecolatina no demostró -aparte de desconocimiento supino sobre la verdadera problemática educativa nacional- otra cosa que el interés de las clases dirigentes por allegarse una población apta para la explotación bajo las nuevas tendencias que el capital de ese entonces demandaba.

Lázaro Cárdenas y la escuela socialista no fue más que el camino que el propio Estado capitalista instrumentalizó por medio del cual encaminó a las clases trabajadoras a un engañoso integrismo de clase, que no de clase revolucionaria.

Torres Bodet y su nacionalismo por sobre todo (incluso sobre los intereses del proletariado) apuntará a someter de manera definitiva las luchas magisteriales y su sindicato a siervos del Estado, es decir, de la clase dirigente. La escuela no será más nacionalista y reaccionaria que en este período.

Con la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia de la República, inicia el desmantelamiento del llamado “Estado de bienestar” que, con los beneficios que traía aparejados, se ha ido diluyendo entre las aguas nada mansas y si turbias y bravas de un neoliberalismo rampante cuyo objetivo es hacerse de una cada vez más urgente cantidad de plusvalía a costa de la maximización de la fuerza de trabajo. Hoy, esa política económica es hija legítima del denominado: “necro-estado”.

La afectación de este proceso en la educación (culminada en la reforma peñista en el ramo), que ha dejado de ser pública en muchos aspectos, ha sido enorme.

En efecto, la ola de privatizaciones de servicios que antes eran públicos ha allegado sus sombras al sector educativo con sus consecuentes resultados:

1.- Represión al sector magisterial, atándolo a una reforma que le tiene amenazado en su situación laboral de no cumplir con las disposiciones que demanda (3 mil 600 maestros en proceso de despido, irrevocable dice Aurelio Nuño).

2.- La merma sustantiva en el gasto público para el mantenimiento de la infraestructura educativa (urgida de recursos, que padres de familia desempleados o semi paralizados laboralmente poco pueden aportar).

3.- Deslegitimación total de la tarea esencial de la escuela como formadora de sujetos para y en la comunidad por “objetos”, aptos para el tipo de producción demandada por mercados extranjeros (que a decir de Alfredo Macías Narro: educación que no lo es y no constituye un saber; más bien adiestramiento que representa formas de adaptación utilitaria a los fines de una sociedad productivista).

Así mismo, en completa concatenación con este panorama se encuentra el de la propia Secretaría de Educación Pública que si bien ha permanecido bajo formal tutela del Estado, hoy ha sido tomada descaradamente por los agentes del capital y sus intereses.

En efecto, si la ausencia de profesores en las propias dependencias de la SEP, había sido moneda corriente, hoy la situación ha llegado a un límite en el cual la ausencia de maestros de banquillo en relación a los personeros del capital es abrumadora, histórica, en la sede del que debería ser el santuario de maestros, pedagogos, sociólogos de la educación, y filósofos con vocación humanística, por lo menos.
¿Quiénes ocupan hoy la butaca de Secretarios de Educación tanto a nivel federal como en lo estatal? ¿Quiénes son hoy los encargados de dirigir las Subsecretarías y los puestos de mandos medios en los organigramas de las correspondientes dependencias educativas en México?

Bueno, una mirada rápida a las propias carteras de quienes desempeñan estos cargos, aparte de los puestos creados ad hoc para el fomento de “la escuela competitiva y de calidad”, nos podrá dar una idea de en manos de quien ha quedado una escuela pública que hoy ya no lo es: Economistas, Contadores Públicos, Politólogos, Sociólogos, Arquitectos, Abogados, Ingenieros en Sistemas, Relacionistas Públicos, empresarios, Administradores de Empresas, y un largo y competitivo etc., etc.

¿A dónde nos lleva este panorama en lo que se refiere a la educación de las generaciones que hoy asisten a las escuelas controladas por una élite que vela para que los objetivos de sus empresas se cumplan a costa de una escuela “pública” más que sitiada, tomada por asalto?

No será difícil dilucidar el futuro ciudadano que emerja de estas instituciones al servicio del capital:

Más que sujetos críticos, analíticos y comprometidos con los problemas que aquejan a la sociedad entendida ésta como pueblo trabajador, las nuevas generaciones de mexicanos serán una especie de objetos meramente diseñados para la producción (“capital humano”), el consumo y la adaptación sin que en ellos exista una sensibilización por los problemas comunitarios, las exigencias sociales y las empatías por el prójimo en situación de necesidad y/o amparo; en fin, regimentación semi-militar de todas las actividades.

A este panorama se suma a modo de agravante la exclusión de las ciencias sociales en la formación de los futuros estudiantes del nivel superior y carreras terminales.

Si Z. Bauman ha descrito en su “realidad líquida” un precariado ignorante e impotente ante y por las existentes relaciones actuales en que el capital se desenvuelve, entonces lo que deviene será algo terriblemente deshumanizado, algo sumamente oscuro y lleno de ignominia que nos ha de conducir -por las aulas de la escuela empresarial- a un nuevo infierno que quizá requiera de un, a su vez, nuevo Dante que le sepa no ya imaginar, sino simplemente describir, un Dante de lo cotidiano.

Para finalizar quiero citar la parte última de un excelente artículo publicado en “Rebelión” por Pedro Echeverría V. el día en que yo he concluido este escrito (1° marzo) y que bien calza como epílogo de un mismo pensar: “La SEP, por lo menos desde los años 40, ha sido una gigantesca cueva de corrupción porque hay un amplio campo y condiciones para ello, sin olvidar los 31 estados y el DF comandados por los mismos gobernadores que seleccionan a sus funcionarios de educación al gusto…”.

 
© 2014 El Periódico de Saltillo contacto@elperiodicodesaltillo.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
carton noviembre 09 Noviembre 09 Rufino