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el periodico de saltillo
Septiembre 2015
Edición No. 319



La matanza de palomas en el teatro


Salomón Atiyhe Estrada.

¿Quién mató las palomas que anidan en los altos y cornisas del Teatro Isauro Martínez? Esto es un vil asesinato. Que se investigue. Que atrapen a los culpables y los cuelguen de las palmeras, y de los huevos para que sufran. Las voces airadas de los periodistas retumbaban en la improvisada oficina del vetusto edificio. Acudieron de inmediato a levantar la nota luego de una queja anónima por teléfono a los reporteros de guardia: ‘¡están matando a las palomas del Teatro Isauro Martínez, los pobres animalitos caen muertos en las banquetas; las están envenenando!’

Esto sucedió el año de 1985, como dicen en los corridos: ‘presente lo tengo yo’.

“Vamos haciendo memoria, vamos contando la historia.” Todo comenzó el año de 1930 en que el panorama de la ciudad de Torreón lució su esplendoroso teatro de la avenida Matamoros y Galeana construido por don Isauro Martínez. Un portento en el desierto. Catorce meses a partir del mes de febrero de 1928 al siete de marzo de 1930 dedicados a la terminación de la joya de la ciudad. Con una arquitectura que va de lo gótico a lo barroco, con tintes luego bizantinos, orientales, donde la pintura se recrea con el estilo churrigueresco y los murales pintados por Tarazona; lujo y confort que enamoraron a la población, al mismo viento polvoriento en su loca carrera revoloteando con capullos de blanco algodón pegándole de frente y subiendo en espiral por sus costados hasta su torre para juguetear en la cúpula de bellos cristales y luego seguir su camino al centro de la ciudad.

Pero no solamente la gente suspiraba al verlo, casi de inmediato, las palomas urbanas lo invadieron coronándolo con sus múltiples colores. Las palomas domesticas eran parte de la región agrícola, sobrevolaban los sembradíos en busca de comida y vivían prácticamente en alianza con los laguneros. Muchas casas y establos tenían su palomar; eran parte del sustento, los pichones lo mismo alimentaban al enfermo que a los ancianos; las ancianas los recomendaban para curar el ‘mal del crecimiento’ o edad del estirón en la adolescencia al ponerse flacos y debilitados del cuerpo; para remediar males de la vista arrancaban las tiernas plumas del pichón y escurrían una gota de sangre en cada ojo, por lo mismo, abundaban los colombófilos.

Las familias de palomas que se avecindaron en el teatro le dieron un toque europeo convirtiéndose en parte de la estampa aristocrática, diferentes a las de los tejabanes de los corrales de las casas y los estercoleros de los establos, el excremento de paloma se utilizaba como abono para las macetas con frondosos helechos y su carne para el caldo del mediodía. Estas palomas del teatro ni para una ni para otra cosa eran utilizadas, sólo dibujaban estéticamente el cambio y crecimiento que experimentaba la ciudad conocida como la de los grandes esfuerzos, gozaban de total libertad y punida. ¿Quién iba a andar subiendo a las alturas de los gruesos muros a revisar sus nidos en busca de sus crías? Quizá uno que otro gato callejero con su instinto felino de cazador furtivo. Se apareaban hasta cuatro veces al año con dos pichones cada vez.

Las palomas obtenían con demasiada facilidad su alimentación. Bajaban a la plazuela Juárez y con docta sabiduría descubrían en una banca al que les daría alimento, migas de pan generalmente; se paraban frente a un anciano, lo miraban fijamente hipnotizándolo y este les convida de su almuerzo, en el primer bocado tirado al suelo, llegaban decenas de ellas con su acostumbrado rumoreo; los niños son más fáciles de seducir que los adultos y se desprenden rápido de su golosina para darlo a las palomas, igual una pareja de enamorados al escuchar su parloteo: acurrúcate aquí…acurrúcate aquí… La gente circunvecina al teatro, muy temprano, al barrer la calle, les dan arroz o tortilla masticada, masa o cualquier otro residuo de comida…estos pájaros gordos comen de todo. ¡Ah, pero cuidado! Sí un vecino las espanta y ellas ven que no las quiere, lo memorizan muy bien, con su visión aguda mejor que la de cualquier ave y con su rapidez de vuelo alcanzando los 56 kilómetros por hora, amén de tener un gran sentido de orientación, al divisarlo en la calle, se desplazan desde las alturas del teatro y con su detector de humanos negativos y su certera puntería lo convierten en víctima de sus deyecciones defecando en sus cabezas y hombros. Y vaya que su cuerpo es una máquina perfecta de crear mierda, de hecho su cloaca está diseñada para expulsar gases y excrementos a una velocidad superior a la de cualquier otro animal cagón, incluyendo a los coyotes cuando van de huida. Dicen que estos misiles palomares provocan varias enfermedades como el enchastre Ceballos.

A través de los años las palomas del Teatro Isauro Martínez desarrollaron características muy especiales. La mayoría de las palomas domésticas que tenemos ahora descienden de las palomas de campo. Las palomas caseras se han mantenido en jaulas y son alimentadas por el criador. Antes esas palomas se mantenían incluso en las ciudades, en los desvanes de las casas. Las palomas de raza se clasificaban por los estándares de belleza fijados por los criadores, mientras que las palomas mensajeras eran seleccionadas por su habilidad y capacidad de volver a casa. Nuestras palomas eran aves cultas, lo mismo escuchan una pieza teatral que un concierto musical, hay quien dice que llegó a verlas actuar en el techo del teatro mientras otras entonaban rumoreo orquestal.

El cronista de la ciudad escribió una ficha histórica para conocer más de nuestras palomas del teatro. “Los romanos también tienen muchas alusiones a las palomas urbanas. Escritores de la vieja Roma comentan en sus escritos cómo las palomas escogían los tejados de las casas para empollar. La isla griega de Tinos es también conocida por sus palomares. En su tiempo las familias poseían una capilla y un palomar como símbolo de estatus. Cada palomar podía acoger aproximadamente 100 parejas. Normalmente la paloma se alimenta de semillas y hierbas malas y sólo empolla 3 o 4 veces al año porque le resulta difícil conseguir el alimento, pero en la ciudad las condiciones cambian. Para la paloma es mucho más fácil alimentarse en la ciudad que en el medio silvestre. Las palomas urbanas viven de la basura y ya no tienen que rastrear los campos para conseguir como las palomas llaneras, a duras penas, algo de comer. La comida está en la calle, con lo cual el esfuerzo para conseguir el alimento es mínimo. Las primeras palomas urbanas que llegaron a nuestras ciudades lo hicieron seguramente porque la orografía era la apropiada para empollar. Para entender este proceso hay que situarse en los tiempos de Egipto entre 332 AC y 640 DC. El delta del Nilo es totalmente plano y no tiene peñas, con lo cual es un sitio inhóspito, sin embargo, para atraer a las palomas, construyeron unas torres en las planicies. Después de poco tiempo, los altos de las torres estaban llenos de nidos de paloma, ya que los pájaros no tenían otro sitio para encubar. Así, en este desierto lagunero nace Torreón, con sus nuevos edificios, y es casi seguro que la memoria genética de estas aves se activó en nuestra ciudad.”

La paloma es sagrada para los humanos, ¿quién pudo atentar contra ellas? En la Biblia se relata que Noé dejó ir una paloma desde el arca después del Diluvio para intentar encontrar tierra firme y que ésta regresó con una rama de olivo en el pico. Además, en el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo desciende desde los cielos con apariencia de paloma sobre Jesucristo en el momento en que éste es bautizado (Génesis 8:11, Isaías 59:11, Mateo 3:16; 10:16; 21:12). La paloma es el símbolo del candor, la sencillez y la inocencia y, especialmente de la correcta paz o la armonía.

Un hombre culto de la ciudad publicó en su columna del periódico local: “La paloma estaba consagrada a Venus que la llevaba en la mano y la ataba a su carro según Apuleyo. Eliano añade que algunas veces se transformaba ella misma en paloma por lo que estaba privado a sus sacerdotes el comerlas. Homero cuenta que unas palomas se tomaron el cuidado de alimentar a Júpiter, fábula fundada en la circunstancia de que una misma palabra significa en lengua fenicia sacerdote y paloma. Los habitantes de Ascalonia tenían un gran respeto por estas aves en las que creían transformarse después de la muerte, no atreviéndose a comer ni matar ninguna por el temor de comerse a sus mismos padres y alimentaban con particular cuidado a todas las palomas que nacían en la ciudad. Eran estas aves también tenidas en mucho respeto por los asirios porque creían que el alma de Semirámide, su reina, ascendió al cielo en forma de paloma. Sófocles dice que algunas palomas de la floresta de Dodoma anunciaron a Hércules el fin de sus días. Actualmente, la representación de una paloma blanca con una rama de olivo en el pico es un símbolo de paz y pureza en las sociedades occidentales, imagen inmortalizada por Pablo Picasso en su Paloma de la paz.”

En el programa de inauguración del teatro en 1930, se lee en el programa de mano: “Torreón puede enorgullecerse de contar con uno de los mejores teatros de la república, digno de admirarse antes de ir a buscar en él emociones sensorias que eleven el espíritu, ayuden a cultivar la mente o alegran el corazón.” Las palomas laguneras si sabían leer.

Don Isauro Martínez, hombre visionario, desafortunadamente muere y el Teatro que lleva su nombre fue vendido a la Fundación Jenkins convirtiéndolo en una sala de cine de tercera a lo largo de veinte años con el deterioro consabido y la ceguera de las nuevas generaciones. Durante esos veinte años, las palomas lloraban gotitas de sangre, muchas quedaron sordas y perdieron su sentido de orientación, el ruido de las películas era devastador pues retumbaba con fuerza en la torre y en la cúpula. Luego el cine cerró, llegó el silencio total junto con el abandono y el deterioro de sus murales, vitrales y mampostería morisca, sólo las palomas lo habitaban llenando de excremento y plumas sus interiores ya sin ningún aliento artístico.

Dicen los que saben leer lo oculto a los comunes que las palomas les hablaron al oído a cuatro jóvenes estudiantes, líderes de la escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Coahuila logrando llegar a su corazón: Alejandro Máynes, José de los Santos Medrano, Sigfrido Macías y Marco Antonio San Juan. Ellos lograron que el Teatro fuera cedido a la ciudad para su rescate y remodelación en 1978. El IMBA intervino por medio de la Casa de la Cultura de Torreón quedando como patrimonio mediante la conformación de un Patronato de ciudadanos que inició la rehabilitación en 1980, en plena crisis económica suspendiéndola varias ocasiones por falta de fondos, pero contra todas las adversidades abrió sus puertas en septiembre de 1982. Para esto, las palomas estaban muy contentas pues al frente del teatro quedó una musa hermosa, llamada Sonia Salum, rodeada de un equipo de trabajo admirable dispuestos a darlo todo, José Méndez Orozco, pintor lagunero, restauró toda la pintura, murales y decoración original del artista español Salvador Tarazona. Sonia se convirtió en eficaz protectora del teatro, cuenta la leyenda que se entendía con las palomas porque ellas intervinieron para lograr su nombramiento.

Sonia Salum, actriz y maestra de teatro infantil de la Casa de la Cultura y ahora directora juró ante las palomas -que la rodearon en el patio del vetusto y decrepito edificio en una espiral celestial que la hicieron levitar algunos centímetros del suelo- que volvería a tener su belleza e importancia de antes. Integró al Grupo Estable del Teatro Martínez dirigido por el insigne maestro Rogelio Luévano y una pléyade de actores, actuamos sin cobrar para reunir fondos y comprar butacas. El patronato tocó todas las puertas posibles para hacer realidad el renacimiento del teatro, la joya de la ciudad. Algunas damas se acercaron en busca del glamur entre actividad y actividad y ante los artistas nacionales que nos visitaron. Una de ella llegó a comentar que las cagarrutas de las palomas contenían un ácido letal para los muros del teatro y que de arriba de la cúpula descendían plumas de paloma que posiblemente tenían gorupos o uno de esos bichitos que provocan comezón. Sonia la escuchó por atención y educación pero no dio crédito a sus palabras, todos los grandes edificios históricos del viejo mundo tienen palomas en sus alturas. Pero un palomo que estaba enamorado de la musa del Martínez y que todos los días se paraba en la ventana de su oficina, con cara de poeta melancólico entró en un autismo leve al escuchar a la dama quejumbrosa que disque amigas del teatro. La voz de Sonia hizo reaccionar al palomo enamorado de la musa al decirle que no se preocupara, que no iba a pasar nada y lo sacó de su estupor silencio, levantó el vuelo llamando a su parvada y deyectaron todo el carro de la dama con su materia fecal y algunos misiles cayeron en la cabeza de la dama que trinaba palabrotas escatológicas y eufóricas contra las palomas del Teatro Isauro Martínez.

La zurrada amiga del teatro pero no de las palomas amenazó con mandar atraparlas mediante trampas para luego venderlas en el Campo de Tiro al Blanco de la Colonia Guerrero para que practicaran con ellas los escopeteros de calibre doce. Alguien la escuchó despotricar, pero de seguro que la dama mejor optó por contratar a un exterminador profesional, pues los encargados de la tramoya dijeron que un individuo, con engaños, solicitó permiso de subir a las torres, a la azotea del teatro dizque a hacer una evaluación y de seguro que es el que puso los cebos envenenados que mataron a las palomas del Teatro Isauro Martínez.

Todo se aclaró, pero no dieron a conocer el nombre de la dama encopetada por falta de pruebas contundentes. Por fortuna, no todas las palomas perecieron y muy pronto se repobló la colonia.

El teatro entró en un frenético desarrollo cultural multiplicando sus actividades. Se construyeron anexos, una galería de exposiciones, aulas y hasta un teatrailer para recorrer las colonias periféricas. Las palomas y palomos desde lo alto observaban como también en los bajos del teatro la población crecía; fue el espíritu de ese tiempo, hoy, el Isauro Martínez cumplirá en septiembre del 2015 su 85 aniversario. El Coloso de la Matamoros comparte ya con otra fisonomía periférica diferente: la Plaza Mayor, la nueva Presidencia Municipal, nuevos establecimientos de ambiente bohemio. Desde lo alto de su balcón que sirvió en ocasiones para dar el Grito de Independencia, se observan los cerros de las Noas que amurallan a una ciudad inconclusa y ambigua, con un Centro Histórico en agonía latente, en espera de héroes citadinos que lo rescaten.

Muchos compañeros de esos buenos tiempos ya emprendieron el viaje; queremos creer que sus almas se convirtieron en palomas y palomos como los habitantes de Ascalonia y sobrevuelan las alturas del Coloso de la Matamoros, para con su rumoreo, incitar a la juventud a retomar la cultura como un estilo de vida. Dicha metáfora resulta de la forma en que me miran con sus ojos redondos invitándome a salir de la amnesia, estado violento que obliga a romper con grandes segmentos de tiempos pasados. Aún distingo apartado de la bandada al palomo enamorado de la musa protectora, nostálgico y melancólico, viendo como cada momento en su historia deja una capa de naturaleza cultural diferente, esperando que Torreón logre realizar su sueño de metrópoli urbana moderna, pues en aquel 1930 en que se construyó el Teatro Isauro Martínez, ese Coloso representó el rompimiento con lo rural, con lo pedregoso, cerril y pastoril para dar paso a una urbanidad bien planificada, a una cultura que sobrepasa a las églogas y bucólicas de Virgilio, a los idilios de nuestros poetas laguneros de antes.

Las palomas del teatro Isauro Martínez sobrevuelan por nuestras cabezas porque se sienten superiores… y quizá lo son.

 
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