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el periodico de saltillo
Julio 2015
Edición No. 317


La otra violencia

 

Luis Eduardo Enciso Canales.

En nuestro país se ha desarrollado un sofisticado esquema político en donde se prioriza el discurso por sobre los hechos, este “estilo” que se ha convertido en dogma, permea a todos los criterios de gobierno traduciéndose en lo que se conoce como “política pública”, las cuales cuando se aplican carecen de sustento ya que el discurso, en la mayoría de los casos, está rebasado de la realidad; lo que se declara a través de las posturas oficialistas o hegemónicas es un mundo virtual que no concuerda con lo que vive o padece la sociedad, lo que refleja un evidente alejamiento entre gobernantes y gobernados, incluso resulta falsa, la falsa ciudadanización de los gobiernos; no hay un interés verdadero por ser incluyentes ni de tratar de solucionar de fondo problemáticas prioritarias como la descomposición social que ha generado la violencia, es decir, vivimos inmersos en un sistema que de facto es violento.

Se nos ha hecho creer que solo existe un tipo de violencia, pero esta no necesariamente es la de las armas y de la sangre, también existe una violencia, a mi parecer la más cruel de todas, aquella que deja a miles de seres humanos sin oportunidades, excluidos de la posibilidad del desarrollo, esta es la que arroja a las mismas cantidades de personas a los brazos de la otra violencia, la de la delincuencia, de la balas y del crimen. La violencia de baja intensidad que va inmersa en el discurso oficial no se nota pero se siente, cala hondo cuando no hay recursos económicos para llevar a la familia, los cuales pudieran cubrir con ello necesidades básicas. De esta penuria se aprovecha el sistema para generar el clientelismo político, esto además de violento denigra al ser humano ya que lo obliga a la mendicidad.

Esa otra violencia está presente casi en todo, y sin saberlo, o al menos sin tenerlo concientizado, forma parte de nuestra cotidianidad en el trabajo, las escuelas, la comunidad, la familia, en fin, está adherida a todo lo relacionado al entorno social y procede de diversos factores como la situación económica, el desgarramiento del tejido social, la claudicación de los adultos, madres solas y angustiadas, padres dimisionarios o ausentes, las tensiones de una sociedad competitiva, acumuladora de bienes exclusivamente materiales, niños intolerantes al aburrimiento e incapaces de controlar sus impulsos, etc. La política social actual no proporciona ni proyectos claros, ni puntos de referencia articulados y coherentes. Los jóvenes tienen como alternativa el individualismo feroz o la integración en tribus. La televisión y los videojuegos, actividades solitarias, no enseñan el comportamiento emocional que hace posible la convivencia y la solidaridad.

Esta violencia florece allí donde reina el desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades o existen marcadas desigualdades económicas. especial- mente fecundas para el cultivo de la delincuencia son las “subculturas” abrumadas por la pobreza, el desempleo, la discriminación, el fácil acceso a las armas, un sistema escolar ineficaz y una política penal deshumanizada y revanchista que ignora las medidas más básicas de rehabilitación.

Un caldo de cultivo fértil para la proliferación de la violencia es la “anomia”, un estado de desintegración cultural que surge en una comunidad cuando las necesidades vitales, tanto físicas como emocionales, de las personas no se satisfacen, se frustran y poco a poco se acaban transformando en intolerancia, resentimiento y desinterés total por la convivencia.

En definitiva, el círculo de la violencia se establece en los primeros años de la vida en el seno del hogar, se cultivan en un medio social que estimula la incompatibili- dad entre lo que se quiere y lo que se puede, crecen avivadas por “valores” culturales que glorifican las soluciones agresivas de los conflictos entre las personas como un medio de distracción.

Quizá nuestro objetivo más inmediato deba ser lograr la convicción social, profunda y bien informada que genere un proceso que nos regrese a lo humano y así poder comprender que las más costosas y fatídicas semillas de la violencia son la mutilación del espíritu de un ser y la deformación de su carácter por métodos violentos.

Porque semejantes daños socavan en la persona los principios vitales del respeto por la dignidad humana, de la compasión hacia el sufrimiento y del valor de la vida, sin los cuales el comportamiento futuro está destinado a las conductas violentas y a la destrucción.

 
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