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el periodico de saltillo
Julio 2015
Edición No. 317


La vida da muchas vueltas

 

Salomón Atiyhe Estrada.

Agosto 1966, México Distrito Federal, en una banca de la Alameda Juárez leía la novela, “Rayuela” del escritor argentino Julio Cortázar, publicada en 1963. Él escribió “Casa Tomada” en 1946, el año que yo arribé a este mundo, historia que le publicó la Revista “Anales de Buenos Aires” dirigida por Jorge Luis Borges; su primer cuento. El ya afamado escritor catapultado por la novela Rayuela a nivel internacional, había estudiado para profesor de normal. Fue maestro universitario impartiendo Literatura Francesa en la universidad de Cuyo -Mendoza- y destacado traductor del inglés al español al traducir la obra completa de Edgar Allan Poe para la universidad de Puerto Rico, considerada a la fecha la mejor traducción de Poe. Una fila de fechas daba fe de sus obras publicadas: 1951, Bestiario; 1956, Final del juego; 1959, Las Armas secretas; 1960, Los Premios; 1962, Historia de cronopios y de famas.

A ratos suspendía la lectura y cavilaba sobre mi suerte, ese año de 1966 había yo concluido mis estudios como maestro de normal básica. Me acompañaba una tarjeta de recomendación con la firma del maestro José Santos Valdés, dirigida al Secretario de la SEP, a quien vería por la tarde para solicitarle una plaza de maestro de primaria, factor que me aseguraba éxito en mi petición. Ya me habían informado que se requerían maestros para áreas rurales en distintos estados y uno tenía que conformarse con el lugar que le asignaran. Otra de mis inquietudes era presentar examen para ingresar a Filosofía y Letras en la UNAM donde camaradas de militancia en la Liga Comunista Espartaco podrían facilitar mi ingreso y mi tía Ema me ofreció el hospedaje.

Pensaba, también, en mi novia, una linda muchacha de provincia con la que había bailado, apenas dos meses atrás, en mi graduación en el Jardín de los Cipreses y cuya calidez y tersura de su piel aún sentía en mis mejillas y uno que otro plan fraguado de antemano.

Cortázar era tema obligado en los corrillos de los amigos adictos a la lectura, su rebeldía y su compromiso con las causas sociales, amén de su estilo revolucionario y experimental en sus escritos que yo intentaba escudriñar en aquella banca de la Alameda Juárez con el acicate en mi cerebro por la duda del ‘qué hacer, qué decisión tomar’. No recuerdo cuántas horas permanecí leyendo la novela adquirida en la librería Bellas Artes, pero a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, recordando a Federico García Lorca, esperaba mi entrevista en la Secretaría de Educación Pública donde me encontré con cinco de mis compañeros de la última generación de la Escuela Normal de La Laguna, “Federico Hernández Mireles”, también en busca de una plaza de maestros, donde fuera me dijo Prócoro. El cancerbero del Secretario ya tenía mi tarjeta de recomendación con la firma del maestro y periodista de la revista Siempre, José Santos Valdés y me dio entrada de inmediato, sin tardar en la antesala, lo salude con la garra masónica respondiendo de inmediato.

El Secretario vio la tarjeta y le indicó a su asistente le acercara la lista de vacantes en cuya hoja había exactamente cinco plazas disponibles, quizá, por ser lugares remotos y rurales… “Todos quieren en la ciudad”, comentó, y ni tardo ni perezoso le dije que éramos seis los maestros de Torreón y le entrabamos a todo. Elaboró una tarjeta indicando que las cinco plazas disponibles se asignaran a los portadores y me dijo, uno de ustedes debe esperar a que haya otra plaza. Le agradecí sus atenciones. Les dije a mis compañeros, tres de ellos eran de Matamoros, Coahuila; bien, aquí está la tarjeta para que les den su nombramiento; Juan Pablo me preguntó: ¿Y quién va a esperar? Yo, no se preocupen por mí.

Esa noche no pude dormir. Pensaba tomarle la palabra a mi tío Salomón Gaytán y hacerme cargo del establo, mi abuelo ya estaba muy cansado. Pero el haber perdido mi ojo derecho con una horquilla de la alfalfa en el establo influía para apartarme de esa actividad. Los días siguientes vagué por los cafés con la novela Rayuela bajo el brazo, leía y releía tratando de encontrar el tiempo lineal. Acudía a las reuniones con los camaradas y sin saber por qué, ya no acudí a la SEP a preguntar por la vacante.

1966 fue un año significativo en mi vida. Obtuve el Primer lugar en el Concurso Regional de Oratoria, por la Violeta de Oro, organizado por el periódico La Opinión. La misma noche, del antiguo local de los tahoneros partimos en manifestación a las oficinas del Instituto de Relaciones Culturales México-Norteamericano de donde salía la propaganda yanqui a favor de la intervención de los gringos en Vietnam y en sus puertas realizamos un mitin de protesta. Estaba yo en pleno discurso cuando de pronto impactaron en el edificio dos o tres bombas molotov, ¡Por Dios que no fuimos ni Mario Cepeda Ramírez ni Yo! Pero la prensa nos señaló y giraron orden de aprehensión.

Cuando me detuvieron, en La Opinión de la Tarde, a ocho columnas en la plana principal la cabeza decía: “Cayo líder estudiantil comunista”; fue un fin de semana, el domingo por la anoche, el querido hermano mayor licenciado Alberto Córdova Zúñiga y su sobrino Carlos Ramos (Charly) fueron por mí, me soltaron; pero el lunes por la mañana, contingentes estudiantiles de la PVC, 18 de Marzo, Santa Teresa, la Normas de La Laguna y amigos, realizaron una protesta frente al “Palacio Negro de la Nueva Aurora” exigiendo mi liberación, hubo la quema de un autobús hasta que se cercioraron que ya había salido.

Como ese año 1966 era el año de Solidaridad Internacional con el Pueblo de Vietnam, el evento de Torreón salió impreso en la revista “Pekín Informa”, con detalles y mi nombre además. ¡Imagínense! Por todo eso quede estigmatizado y Gobernación me puso marca personal. Durante el interrogatorio en mi detención me preguntaban que quiénes eran mis contactos de Cuba, cuánto dinero recibíamos. Agréguenle que ya teníamos dos años editando el semanario “Causa del Pueblo” con la ayuda económica de destacados profesionistas laguneros como licenciado Guillermo Téllez Girón, doctor Rafael Urbina, Guerrero Rojo, Bulmaro Valdez, Miguel Zarzar, Arturo Orona, el doctor Moreno Pola, doctor Sada Quiroga y varios más.

Por todo lo anterior pensaba que lo mejor era no retornar a Torreón. Cargaba con un delirio de persecución; los mismos camaradas de México se preguntaban si no ‘traía cola’. No hallaba mi lugar. En un arranque, sin pensarlo, me regrese al terruño lagunero. Estaba la contratación en Almacenes Nacionales de Depósito -ANDSA-, el director era un querido hermano mayor, el licenciado Casas y me tocó de asistente con mi querido hermano del alma Mario Hernández Mesta (qepd), en Las Nieves, Durango, a principios del mes de octubre, en ese remanso espiritual terminé de leer Rayuela. Una gran aventura, nuevos amigos y conocimientos, pero eso… es otra historia.

 

 
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