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el periodico de saltillo
Febrero 2015
Edición No. 312


Mis sexenios (81)

 

José Guadalupe Robledo Guerrero.

La segunda etapa del sexenio enriquista

Antes de que Enrique Martínez rindiera su Cuarto Informe de Gobierno, los enriquistas seguían haciendo de las suyas, pues como en todos los sexenios, ya como funcionarios los otrora lamebotas se convierten en soberbios y altaneros jefecillos, tan incapaces como corruptos.

En aras de una politiquería de mercado- tecnia y apoyada en un periodismo amarillista, la Contralora del Estado Inés Garza Orta, comenzó una serie de filtraciones a la prensa sobre fraudes en la carrera magisterial, y “aviadores” y “comisionados” en la Secretaría de Educación Pública de Coahuila (Sepec) y en el Tecnológico de Saltillo. Estas filtraciones comenzaron a crear enfrentamientos entre los sectores magisteriales y el gobierno estatal.

Inés Garza que se decía la más cercana funcionaria al gobernador, poca autoridad tenía de convertirse en persecutora de quienes cobran en instituciones públicas sin trabajar, pues en todos los casos que había filtrado se encontraban sus hermanas, ya como “aviadoras”, “comisionadas” o simplemente como fiscales de los casos.

Por otro lado, la Contralora Inés Garza poco podía presumir de su actividad anticorrupción, pues ocupada en distraer la atención de la ciudadanía en casos que nunca se arreglarían, dejaba libre las manos a los grandes corruptos del sexenio para que se llenaran los bolsillos.

Inés Garza simulaba ignorar la gran cantidad de negocios a la sombra del poder que se habían hecho en el sexenio de Montemayor y en los primeros cuatro años del enriquismo en perjuicio de Coahuila y los coahuilenses. La Contralora hacía como que la virgen le hablaba, para que realizaran cómodamente sus negocios aquellos que gozaban de la impunidad otorgada desde las alturas.

El magisterio coahuilense no había sufrido persecuciones desde el gobierno eliseísta, precisamente cuando algunos líderes del sindicato magisterial perdieron la vida en condiciones extremadamente sospechosas y otro, como Eliseo Loera Salazar, fue cobardemente asesinado, a raíz de un saqueo que le hiciera a las pensiones magisteriales un pariente de Eliseo Mendoza.

Por eso se acusaba a los eliseístas encaramados en el gobierno de Enrique Martínez, de haber sido los promotores de la persecusión magisterial, el principal de ellos era el tortuoso secretario de gobierno Raúl Sifuentes Guerrero.

Lo que no se dudaba en los círculos políticos del magisterio era que la derecha enquistada en el gobierno de Coahuila había comenzado a transitar por el camino de desprestigiar a los profesores de la educación pública, (que son los únicos mexicanos que defienden la educación laica, gratuita y obligatoria) con el fin de apoderarse de ese estratégico sector.

Otro sector que en Coahuila estaba por los suelos e inmerso en un enorme tráfico de influencias, era el aparato de justicia, concretamen- te la Procuraduría General de Justicia (PGJ), en manos de Óscar Calderón Sánchez; y el Tribunal Superior de Justicia (TSJ), regenteado por otro de sus iguales: Ramiro Flores Arizpe “La Mostaza”, cuyo alías lo dice todo.

En ambas “instituciones” sigue imperando la corrupción, la ineficiencia y el tráfico de la justicia. Mientras que los asesinos, violadores, agresores y ladrones andaban libres, la PGJ y el TSJ protegían a los delincuentes.

En esa época andaba tan mal la impartición de la justicia que la Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila, Miriam Cárdenas, denunció el ineficiente trabajo de los jueces. Acusó a las instituciones justicieras de ser las responsables del retraso de los trámites jurídicos, de la negación a la legalidad, de la impunidad y del enorme burocratismo que prevalecía (y prevalece) en las instituciones de impartición de la justicia.

Finalmente, Enrique Martínez llegaría a su Cuarto Informe de Gobierno, con el cual se inicia la tercera y última etapa del sexenio, en la que se decidirá quién será el candidato en la sucesión de la gubernatura.

Quizás por ello, aprovechando la ocasión, Enrique Martínez declaró: “Estamos en el cuarto año y aún hay mucho por hacer”. Además hizo correr el rumor de que ninguno de los precandidatos contaba con el visto bueno del gobernador. Con esto, EMM les mandaba un mensaje a los “calefactos” priistas de “esténse quietos” y los invitaba a reagruparse, porque todos andaban contra todos y habían agitado el ambiente político-electoral de Coahuila, desde meses antes de iniciar el proceso legal para elegir a los candidatos.

A EMM se le agitó el gallinero, mientras él andaba picando piedra para ver qué posibilidades tenía en la Conago para ser el candidato presidencial, pues varios de los gobernadores querían instalarse en Los Pinos, ateniéndose a aquella frase roblediana de que: “Después de Fox cualquiera puede ser Presidente”.

Los que iniciaron el alboroto en el gallinero priista fueron el secretario de Educación Pública Óscar Pimentel González, quien inició los adelantados “destapes” y el secretario de Gobierno Raúl Sifuentes Guerrero, haciendo juegos sucios y tenebrosos en contra de sus malqueridos, y tejiendo redes y apoyos para su proyecto que supuestamente era lanzarse en pos de la gubernatura por un partido de “oposición”, y -según Raúl- el gobernador le ordenaría a los priistas votar por él, debido a que no cumplía con el requisito del PRI, que para ser candidato gubernamental tendría que tener antes un puesto de elección popular.

Pero el verdadero proyecto de Raúl Sifuentes, el menos jalado de los pelos, era negociar su apoyo con el que sería el candidato priista a cambio de una posición. Sifuentes Guerrero quería repetir lo que cinco años antes había hecho “La Coneja” Alejandro Gutiérrez, declinando su candidatura gubernamental a favor de Enrique Martínez a cambio del puesto de Senador de la República.

El río revuelto que se percibía un mes anterior estaba siendo contenido, Enrique Martínez había regresado para poner orden. Para ese momento la situación de los “calefactos” era la siguiente:

Jesús María Ramón Valdés no quería problemas, sabía que no era del agrado del gobernador, pero no buscaba enfrentamientos. Se movía por todo el estado y tenía su base de operaciones en el Camino Real de Saltillo, desde allí seguía picando piedra.

Jesús María tenía el dinero, la experiencia de un proceso previo, el respaldo de los marginados del enriquismo, pero le faltaba el impulso con que contó en el gobierno de Rogelio Montemayor, en cuya elección perdió frente a Enrique Martínez.

A Alejandro Gutiérrez Gutiérrrez sus aliados y operadores poco aportaban a su causa. Alejandro sabía que necesitaría el empujón de Enrique Martínez para cristalizar su proyecto de llegar a la gubernatura. De los tres candidatos reales, Alejandro era el que menos posibilidades tenía de conseguir el triunfo.

Si eso servía para algo, Alejandro Gutiérrez presumía tener el respaldo de Roberto Madrazo Pintado. Algunos sectores empresariales lo veían bien, aunque allí también tenía detractores. Tenía aliados en todo el estado, pero no tenían gran peso. Estaba en el ánimo de Enrique Martínez, pero hasta ahí. También dispone de amplios recursos en su familia. De los tres candidatos reales, “La Coneja” era el que menos posibilidades tenía de conseguir su aspiración política.

Humberto Moreira Valdés se había convertido en el más acelerado, pero también en el más inexperto de los tres. El ruido de las últimas semanas era atribuible a él. Humberto estaba presente en casi todas las disputas, pleitos y debates. Los analistas le aconsejaban meterse más en su papel de alcalde de Saltillo y calmar a sus aliados y seguidores.

Humberto tenía su estructura construida a la sombra del Instituto Estatal de Educación para Adultos (IEEA), pero los empresarios no le tenían confianza. Los recursos económicos de que podía disponer estaban siendo observados con microscopio. Humberto no tenía fortuna ni padrinos adinerados, pero en apoyo popular era el precandidato más fuerte.

Quizás por ello, mi compañero y amigo Jorge Arturo Estrada García, quien por aquellos días escribía en El Periódico de Saltillo con el seudónimo de José Armando Esquivel Garza, recogía en su columna periodística que al arrancar el año (2004) Enrique Martínez había señalado que: “Los inteligentes no necesitan recomendaciones, y los tarugos no las entienden”. El lapidario mensaje que el gobernador había lanzado a través de los medios de comunicación, era un claro aviso: Los aspirantes a sucederlo deberían detener sus alocadas carreras y reflexionar.

Jorge Arturo aseguraba en su escrito que los aspirantes a gobernador buscaban construirse una percepción de candidatos fuertes y ganadores. Cuando sus carencias eran más que evidentes.

En su análisis periodístico, Jorge Arturo revelaba que Humberto Moreira intentaba robarse la candidatura del PRI, mientras “hipnotizaba” con halagos bobos al gobernador. Humberto intentaba reproducir la ruta que usó Vicente Fox para forzar al PAN a designarlo candidato.

Con respecto a los otros precandidatos, Jorge Arturo dice: “Tanto Jesús María Ramón, como Alejandro Gutiérrez y Javier Guerrero, a pesar de haber realizado campañas estatales en los últimos años, sus niveles de aceptación y de intención del voto son ridículos. Cabe señalar que fueron derrotados en esas ocasiones, tan mal la hicieron”.

Para enlistar sus carencias, Jorge Arturo simplifica: “A unos les falta madurez política, a otros recursos, a otros perfil de ganador, a otros seguidores y a otros ubicarse...”.

Sin embargo, después de analizar el momento y las circunstancias que vivían los precandidatos, Jorge Arturo termina su artículo con un párrafo cuyo contenido dibuja la realidad de lo que podría ser: “Ya sabemos que sólo hay dos formas de llegar al Palacio Rosa: ganarse a Enrique o ganarle al gobernador. El tiempo dirá como se ubican. Los aspirantes tienen la palabra.”

De todos modos, pese a los afanes pacifiadores del gobernador Martínez, el circo electorero ya estaba en su apogeo, y aun faltaban muchos meses para que el enigma se resolviera.

En la Cumbre Extraordinaria de Monterrey, que se celebró en esta ciudad mexicana del 12 al 13 de enero de 2004, en la que se reunieron los Jefes de Estado y de Gobierno de los países americanos, volvería a ser el escenario ideal para que el sedicente Presidente Vicente Fox Quesada hiciera de las suyas y mostrara a sus homólogos de América y al mundo, que el México despolitizado, ignorante y desempleado tiene al mandatario que se merece: un servil payaso maniaco-depresivo.

Ningún Presidente postrevolucionario podría presumir haber sido tan lacayo del gobierno estadounidense como el incapaz de Vicente Fox, quien demostró ser el más rastrero con George W. Bush que todos los mandatarios de América.

Para muestras bastan dos botones: Olvidán- dose de la diplomacia y de la tradicional política exterior mexicana de la No Intervención y del Respeto al Derecho Ajeno, Vicente Fox soltó su servir lengua para criticar al gobierno venezolano del Presidente Hugo Chávez, apoyando el refe- rendum que estaba impulsando el gobierno de Bush en aquel país sudamericano, con el fin de destituir al Presidente Chávez.

Al mismo tiempo, como candil de la calle, el payaso de Fox se propuso como intermediario para solucionar el conflicto entre Chile y Bolivia, por la salida al mar que solicita el gobierno bolivariano desde hace décadas.

Ya no cabían dudas, a Vicente Fox le estaba haciendo mucho daño el Prozac, pues en su mente enferma ya no existía la realidad, México y el mundo eran parte de un paraiso que sólo existía para él: Foxilandia.

Sin embargo, lo que molestó al pueblo mexicano fue el grosero despilfarro con cargo al erario público que una vez más trajeron estas inútiles reuniones (como las calificó Hugo Chávez) a la economía en crisis de nuestro país.

El despilfarro fue una constante en el gobierno foxista, desde que se inició el sexenio con las toallas de cuatro mil pesos compradas para la residencia presidencial, pasando por los colchones de 150 mil pesos que se compró un diplomático mexicano en París, hasta la construcción del Consulado de México en Guatemala que costó seis millones de dólares.

Pero no sólo Vicente Fox y sus colaborado-res fueron despilfarradores con el erario público, también sus hijitas, como Cristina que vivía en Madrid en un departamento lujosísimo. Además de la vestimenta diseñada exclusivamente por los más renombrados modistas que estrenaba diariamente la inmoral y cínica de Marta Sahagún, esposa del entonces Presidente, mejor dicho la “pareja presidencial” de Vicente Fox.

Marta Sahagún de Fox, por cierto, aprovechó la intrascendente Cumbre Extraordina- ria de Monterrey no sólo para lucir sus carísimos ropajes, sino para lanzar el mensaje -con publicidad mundial- de que estaba lista para relevar a su marido en la Presidencia de la República en 2006.

La “pareja presidencial” de Fox no se había conformado con dirigir mal al país los años que su esposo había sido Presidente, quería un sexenio para ella sola. A tal grado era su desmedida ambi- ción, que el diputado panista Francisco Barrio, señaló tímidamente que “eso no se vería bien, pues sería la continuación del gobierno de Vicente Fox”.

De todos modos, Marta continuaría persi- guiendo su locura. Por eso no hay duda que la inmoralidad, la corrupción y el cinismo gobiernan a México, y esto parece no importarle a nadie, porque a los mexicanos los tiene cautivos la televisión.

Por ese tiempo, algunos intelectuales propusieron quitarle al Himno Nacional las estrofas que hablan de sangre y guerra. Esta propuesta seguramente fue porque se ve mal que un pueblo de culeros tenga un himno guerrero...

(Continuará).
Tercera etapa del gobierno enriquista
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