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el periodico de saltillo
Febrero 2015
Edición No. 312


El clima político en Francia después
del atentado de Charlie Hebdo


 

Carlos Alfredo Dávila Aguilar.

Llegué a Rennes el 17 de Enero, diez días después del atentado contra la revista Charlie Hebdo en París, que dejara un saldo de doce muertos -de los cuales, 5 caricaturistas de la revista- y once heridos, presuntamente perpetrado por dos hermanos musulmanes que se declararon integrantes de “Al Qaeda de la Península Arábiga” (AQPA) después de ser capturados.

Tres días después de la masacre, la Plaza de la República y las calles aledañas en el centro de Rennes, se vieron inundadas por una marea de 115 mil personas manifestándose a favor de la libertad de expresión, el laicismo y la tolerancia. Es importante decir que la población de la ciudad es de 210 mil habitantes. En toda Francia, se registraron alrededor de 4.3 millones de manifestantes entre sábado y domingo posteriores al ataque.

En Saltillo, la mayor movilización registrada de personas en protesta por la desaparición (y asesinato) de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, fue de alrededor de dos mil personas. También es importante señalar que la población de la zona conurbada de Saltillo es de poco más de 785 mil habitantes.

Para alguien que viene de un país en el que los asesinatos de periodistas y las masacres de civiles inocentes son cosa de todos los días, ver la respuesta del pueblo francés ante este atentado, es a la vez triste, por el contraste del presente; y esperanzador, por las posibilidades del futuro próximo. Pero ante una demostración política de tales proporciones, también existen ciertos riesgos. El principal de ellos: el unanimismo.

En la clase media educada de Francia, pareciera ser casi pecaminoso, e incluso “racista”, discutir abiertamente el rol del Islam como factor ligado directamente a este tipo de atentados. De hecho, la revista Charlie Hebdo ya había sido tachada de “racista” antes del atentado, por sus caricaturas en las que se ridiculiza al islam, y a los fieles de otras religiones.

Después del ataque, cuando toda Francia reivindica a la revista con la consigna “Je suis Charlie”, pocos siguen criticando a la revista por su supuesto racismo. Sin embargo, el papel de la religión (y en concreto el Islam) en la reproducción de identidades que dividen a la sociedad en grupos antagónicos, parece seguir siendo un tabú: el 16 de enero, el periódico Le Monde da a conocer el caso de un maestro de escuela, suspendido por haber mostrado las caricaturas de Charlie Hebdo a los niños de su clase.

La situación es paradójica cuando uno piensa en el rol político de la sátira en una sociedad: el socavamiento de la solemnidad. Dado el hecho de que, para perpetuarse, cualquier forma de poder -es decir, de dominación- en algún punto ha de revestir sus prácticas y sus símbolos de solemnidad, una sociedad es tanto más sana y más libre, en la medida que le sea permitido a cualquiera infringir la solemnidad con la irreverencia.

Pero no sólo vengo de un país mucho más violento, también vengo de un país con una extraordinaria tradición de caricaturistas. Después de revisar un par de números anteriores al atentado, las caricaturas de Charlie Hebdo no pueden parecerme más que mediocres. Con un sentido del humor burdo y ramplón, con una explicitez grotesca y provocativa, y en la mayoría de los casos, carentes de ingenio en sus críticas, cuando se puede encontrar alguna crítica más allá de la irreverencia o la provocación por sí mismas.

Sí, la libertad de expresión es total, o no lo es. Sin embargo, ante caricaturas como las publicadas, no era de sorprenderse que pasara lo que pasó. Los caricaturistas de Charlie Hebdo no son ningunos apóstoles de la libertad de expresión, ni de la crítica ni de la tolerancia. Con algunas portadas con la imagen de Mahoma diciendo “es duro ser adorado por tontos”, o mostrándolo desnudo, a gatas y levantando el trasero, y en general, proyectando siempre a los creyentes (especialmente musulmanes) como estúpidos, no puedo comprar esa imagen.

Tampoco puedo estar de acuerdo con quienes los acusaron de racismo. La revista ridiculizaba a los creyentes de todas las religiones (casi) por igual. Lo que constituía una injusticia de su parte, era que la población musulmana (minoritaria y marginada en Francia) era proyectada con una sóla de sus facetas: la del fundamentalismo estúpido, cuando no la del fundamentalismo violento.

En efecto el Islam se ha vuelto más y más fundamentalista en los últimos años. ¿La causa? Entre otras, la misma causa de la fundamentalización y radicalización de los grupos racistas y de ultraderecha en Europa en los últimos años: la crisis económica, los flujos migratorios que provoca, la lucha por obtener un empleo en una economía deprimida, y la necesidad (tanto de los recién llegados, como de los locales) de aferrarse a una identidad, que se acentúa en estas condiciones.

Tampoco puede perderse de vista el rol de las potencias occidentales en ese proceso de radicalización. Iniciado principalmente por los Estados Unidos al financiar a grupos islamistas durante los 80’, 90’ y 2000, que desde entonces adquirieron fuerza para difundir su discurso; o el papel activo de las fuerzas armadas de Francia en algunos países musulmanes actualmente.

Los ideales de Francia están en un serio entredicho entre varias facciones e intereses: el discurso de la ultraderecha racista del Frente Nacional, que cada vez gana más terreno, las minorías marginadas (en su mayoría migrantes de ex-colonias francesas) que reivindican su identidad étnica en oposición a los valores “occidentales”, y el gobierno socialista de Hollande, cuyo discurso de reivindicación de los valores republicanos después del atentado no parece tener la fuerza para detener el avance del Frente Nacional.

 
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