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el periodico de saltillo
Mayo 2014, No. 303


Acebuches


Rufino Rodríguez Garza.

Acebuches es una palabra de origen árabe y corresponde a un árbol europeo que produce un fruto, que allá en España le llaman “acebuchina”, que no es más que una oliva silvestre. Una aceituna pequeña y menos carnosa. La madera de ese árbol es muy apreciada.

Pero acá en México, concretamente en Coahuila, se le da el nombre a una pequeña comunidad ejidal en el municipio de Ocampo. Esta comunidad lejos de todas partes, se compone por unas cuantas familias donde los hombres queman candelilla para extraer la cera, mientras que otros trabajan en las minas de los alrededores y unos más combinan estos trabajos con la modestísima ganadería. La escuela es unitaria y cuenta con 12 alumnos.

Es un ejido luchador enclavado en lo más estéril del desierto, pero que su gente ha levantado más de 20 bordos o represas para captar el agua. En estos momentos (primeros días de abril) sólo dos tienen agua, que lo mismo sirve para tomar que para hervir la candelilla o dar agua al poco ganado vacuno y caballar.

Fuimos el fotógrafo Miguel Ángel Reyna y el que esto escribe porque sabíamos de unas pinturas rupestres en lo profundo de la sierra El Pino. Esta serranía fue severamente afectada por los incendios de hace 4 años. No quedó un solo pino en lo que corresponde a terrenos del ejido Acebuches.

Para llegar allí es toda una odisea ir desde Saltillo a la ciudad de Múzquiz y de ésta ciudad a la comunidad de San Miguel ya del municipio de Ocampo. De San Miguel enfilamos hacia el sur y a 55 kilómetros se localiza el ejido donde pasamos dos noches.

Aquí fuimos atendidos amablemente por el señor Manuel García Limón, actual comisariado ejidal y a la postre nuestro guía. Don Manuel había estado en el sitio en una sola ocasión pero sabía con precisión la ubicación del tan buscado sitio. El terreno es muy accidentado para el vehículo por lo que se nos recomendó rentar caballos y así poder acceder a la “Tinaja del Indio”

Tan pronto mencionamos las pinturas, los vecinos de inmediato relacionaron con la “carreta”. Y en efecto los indios que dejaron sus hermosas manifestaciones rupestres pintaron dos detallados carruajes tirados por caballos o por mulas. En cuanto llegaron los caballos ensillados, don Manuel y un sobrino procedieron a ajustar tanto la montura como los estribos. Luego de un rápido curso de manejo salimos hacia la sierra, no sin antes cargar o llevar la impedimenta tanto de las cámaras, como cuadernos, cintas para medir, mochilas con agua y algo de alimentos pues la jornada prometía ser larga, como lo fue pues en el ir, estar y regresar completamos 12 horas. El único experto en montar era nuestro guía, en cambio yo no había montado a caballo desde hacía más de 60 años cuando del rancho de mi padre a la escuela rural unitaria recorría más de dos kilómetros era despachado a caballo cuando cursaba creo que el segundo año de primaria.

El caso es que trepamos en los mansos caballos a buen paso llegamos a una boquilla, que se convirtió en un arroyo lleno de arbustos, palmas, chaparros prietos, zacates y muchas plantas que don Manuel nos fue indicando la utilidad medicinal de muchas hierbas pero que en el desierto sirve para aliviar dolores, pues los servicios de salud son esporádicos en estos lugares alejados de las ciudades.

Entre las plantas de utilidad está el orégano, palo azul, potro, chapote, nogalito, hojasé, mariola, huayule, huapilla, hierba del gato, salvia real y muchas otras más que nos fue indicando.

Ya adentrados en el arroyo pudimos observar en muchas ocasiones “roce” de los osos (heces fecales) y también de coyotes. En alguna parte del arroyo sube uno por una cuesta pedregosa sin veredas donde los caballos batallaban para caminar. El paisaje es desolador sotoles que ya no renacerán, palmas negras por el incendio y algunas con pequeños “hijuelos” que, de no repetirse los incendios pronto crecerán para embellecer el paisaje.

En algún momento tenemos que dejar las cabalgaduras para continuar a pie. Se procede a quitar el freno, aflojar la montura, “maniar” los caballos y soltarlos para que se alimenten en las 4 horas que estarán sueltos mientras regresamos del escondido sitio con arte rupestre.
Las pinturas son de épocas tardías quizá de finales del siglo XVIII. Está mal que lo mencioné pero “gracias” al vandalismo pudimos observar una fecha de muy al principio del siglo XIX, me refiero a la fecha de 1806 (siglo XIX). Esto nos lleva a ubicar las pinturas pocos años antes de esta fecha vandálica.

Otro indicio es el de un fusil de chispa de los que usaban pólvora negra, el guarda monte (gatillo) está un poco exagerado, pero el dibujo marca la cazoleta, el martillo e inclusive guarda la proporción de su tamaño (datos del ing. Marco A. González. Galindo). Después de abandonar los caballos hay que seguir subiendo, cargando cámaras agua y algo de alimentos. Ya arriba ahora hay que bajar una pendiente de 45 grados donde los matorrales forman una muralla intransitable pero localizamos una vereda de osos que nos condujo hasta la tinaja o Aguaje del Indio, al lugar con las pinturas, tinaja que por cierto tiene agua, muy sucia pero que en caso de faltar pues se usaría la de esta poza. En próxima colaboración hablaremos de las pinturas, de posibles interpretaciones y de la destrucción a la que ha sido sometido a pesar de lo difícil del acceso y lo retirado del sitio.

Galería Acebuches
 
 
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