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el periodico de saltillo
Edición No. 299, enero 2014


Ni el derecho al pataleo

Fidencio Treviño Maldonado.

 

Dicen por ahí que “comienza mal la semana, para el que van ahorcar el lunes”... Otros cuentan que “ningún condenado duerme en la carreta que lo conduce al patíbulo.”

A nosotros como pueblo, como la Raza Cósmica, por ser infinita, inconmensurable y como lo escribió Vasconcelos -por ser la raza hecha del tesoro de todos los anteriores, del final- y a esto el que escribe le agrega, una raza de bronce y no por el color de la piel, sino porque aguantamos todo y cuando mucho si acaso nos abollamos un poco.

La Casta Divina, es decir nuestra clase política, sigue buscando el futuro promisorio de la nación, lo busca desde 1910 o tal vez antes, y ya pasaron decenas de generaciones y ese futuro se sigue difiriendo, las mentiras de nuestros gobernantes disfrazadas de promesas siguen siendo el devenir diario de una nación asfixiada por el sometimiento que en nuestro suelo se ha implantado, el dolor, la pobreza, la corrupción, las injusticias; y unos habitantes sordos, ciegos, mudos, mancos y lo peor, sin la menor pizca del rasgo o sentido de asombro, con la ausencia de certezas y sin siquiera tener mínimas sospechas.

Ante esta asfixia u opresión de la yugular, la clase pudiente no nos deja siquiera el derecho del pataleo, un derecho que se supone todo condenado a la horca lo debería tener como última esperanza de seguir viviendo y el temor a morir. A diario el país, la nación o la patria como se quiera entender, se debate con una quintuple crisis, demográfica, económica, social, jurídica, política y mientras otras naciones avanzan en todos los rublos, la nuestra sigue estática, nos siguen durmiendo con el discurso añoso descafeinado, fuera de lugar que aun nombra las máscaras, esas caretas que no se quitan los políticos y quieren arreglar los asuntos terrenales, mientras con la danza se pretende componer lo que está arriba (cielo) y que a estas alturas en la república es absurdo y ridículo. Sobre todo porque el país está redondamente agitado, el poder hegemónico confuso, la justicia y la autoridad diluida, los valores, cívicos, éticos, morales y humanos en acelerada reversa, los sectores de la sociedad extraviados llevando o arrastrando consigo en su pérdida a los respetos que una vez existieron en esta nación.

Pendiendo de una cuerda estamos ahogados en deudas, en temor al crimen, a lo que hagan nuestros gobernantes en cuestión de impuestos, encerrados en pequeñas colonias (aldeas) con ominosas bardas, con sus internos inquilinos emulando temerosos clanes, mientras en este país unos cuantos ríen, los otros entre los que me cuento en nuestro execrado e imbuido pensamiento, gimiendo de impotencia, rabia y dolor.

La perspectiva es catastrófica desde cualquier punto que se le vea, y hacer un coro plañidero como el que se hace con marchitas vestidos de color rosita o blanco, con globitos, carteles, recabar miles de millones de firmas, solicitar otros tantos millones de amparos, en donde de la manera más atenta y respetuosa se le solicita a -su merce- jefe de la comuna o patrón político, que por favor y si es posible pare o frene los delitos, se castigue a los corruptos y que haga funcionar el oxidado aparato de la justicia.

La respuesta gubernamental siempre ha sido y es clara: pitorrearse de risa porque cuando el pueblo va por lana, éste sale trasquilado. Estas tibias protestas no sirven para nada, sólo es limarle las uñas, cuando al dragón hay que cortarle la cabeza, antes claro atarle los pies para que no pataleé, tal como le hacen nuestros políticos con sus gobernados.

kinotre@hotmail.com

 
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