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el periodico de saltillo
Diciembre 2014, ed. #310


Crónicas de un saltillense agringado

Héctor Alejandro Calles Valdez.

En 1986 quería saber que vendría en el futuro. Me hice esa pregunta en el ruta seis, calle de Allende, de subida para el centro. Iba escuchando un casete que acababa de comprar; “Nada Personal” de la banda Argentina, Soda Stereo. Voy a la Escuela de Artes Plásticas, cuando se ubicaba en la antigua casona de la calle Hidalgo, donde los pisos olían a petróleo, las aulas a trementina, a humedad de casa vieja. ¿Dónde estaré dentro de diez años? Por lo pronto, ya pasaron treinta. Conozco el futuro. Fue fácil saberlo; sólo tuve que vivirlo todo y luego contárselo al que fui. Para llegar a aquí caminé por muchos años todas las antiguas calles de Saltillo. Llevaba a mis espaldas haber leído trece veces completas El Lobo Estepario.

En invierno usaba gabardina negra y anduve de arriba para abajo por el centro de la ciudad impregnándome de la ilusión de estar en otro mundo. El molino de café en la calle de Allende inevitablemente sugería el Ministerio de Información en el filme “Brasil” de Terry Gilliam. En realidad todo el tiempo en Saltillo fui solo un aprendiz soñando e idealizando al mundo. Tuve ocasión suficiente de observar bien a los que en aquel tiempo hacían más ruido en la ciudad. No es el orden en el que sucedieron las cosas, ni todas las personas, pero por buen karma y por reconocimiento indirecto, debo mencionar a algunos de ellos por su nombre.

En la década de los 80 y 90, Ángel Sánchez Gregó, era ¿O aún lo es? El más renombrado y entusiasta promotor del legado del señor Adrián Rodríguez y su Universidad Universo. Sánchez Gregó abrió el Café Galería “El Orín” en el segundo piso de una casa, a un costado de Palacio de Gobierno y cierto día nos leyó a los asistentes de su café-galería, uno de sus textos, donde afirmaba que en el futuro todas nuestras amistades, familias y conocidos estarían dentro de “círculos”. Hoy existen los círculos de Google y el inevitable Facebook.

El señor Gregó, no andaba nada mal en sus predicciones, y eso que en aquel entonces el internet apenas empezaba a conocerse. Otra persona, sin duda el pintor que, en lo personal, más me impactaba era Alejandro Cerecero, quién además fue el primer Arquitecto en transformar e innovar con ideas arriesgadas las fachadas e interiores de varios negocios en el centro de Saltillo. No se me olvida cuando partió un carro en dos e incorporó la mitad de la carrocería en la fachada de la ya desaparecida tienda de ropa Grafiti en la calle Victoria.

El escritor Jesús R. Cedillo, me abrió la puerta para colaborar en el Asterisco, Suplemento Dominical del extinto Periódico el Sol del Norte. Llegué ahí en los tiempos de David Brondo. Por cierto, Brondo también me dio la oportunidad de hacer caricatura política en el Sol del Norte, pero más pronto que tarde, descubrí cuan ajeno, desubicado y mal observador de la política era yo. Eso no me funcionó para nada. Pero atención, Saltillo siempre ha sido mucho más que sus personalidades destacadas y cultas, también existe el lado oscuro, la sala de los extraviados, los genios descarriados.

Pero no intento hablar del mítico Adrián Rodríguez; estoy recordando a una extraordinaria promesa del dibujo. ¿Su nombre era o aún es José Pacheco? No lo sé, escribo sin saber de él desde mediados de los años 90. En aquellos tiempos, para mis estándares, yo percibía a Pacheco como hijo de muy buena familia. Él vivía en la colonia Universidad y tuvo los medios para estudiar en una Universidad en el D.F., y eso cuando aún no existía oficialmente el concepto del diseño gráfico, como lo conocemos hoy. A esa profesión sólo se le denominaba “comunicación gráfica”.

Con el tiempo Pacheco empezó a mostrar señales graves de deterioro en su personalidad. Traía colgada una sarta de aquellos antiguos broches gigantes para pañal de tela a manera de adorno. Su clásica camisola kaki arremangada, un viejo pantalón de mezclilla y todo el pelo pintado de colores con lo que parecía ser pintura vinílica. Pacheco a veces me recordaba al extinto fundador de Pink Floyd, Sid Barret, por su suave y genial descenso en la locura.

Confieso que muchas veces yo quise ser como Pacheco y perderme de un salto en el vacío, en la nada, pero jamás tuve el valor de perder la razón. Ni aún con mi mente completamente inundada por haber leído, -una y otra vez- todos los libros publicados por Herman Hesse o Carlos Castaneda. Quiero aclarar que yo jamás hice nada significativo por ayudar a Pacheco. Los únicos dignos de su amistad, -entre otras personas- fueron los pintores Horacio “Lacho” García Rosas y Alejandro “Alex” Fuentes, quienes fueron testigos de primera del anónimo y enigmático paso del genio mal logrado de José Pacheco por Saltillo.

Comparados con la raza de hoy, esa generación saltillense no conoció los tumultos. Ellos eran pocos, una comunidad artística con todos sus méritos y pasiones, pero siempre en petit committee. Todos sabíamos quiénes eran los personajes portadores de nombres distinguidos y los demás éramos los entonces presuntos aspirantes a artistas, como en su momento lo fui yo. Hoy, que me vuelvo a responder (por tercera ocasión) la pregunta ¿Dónde estaré dentro de diez años? Entiendo la importancia de haber elegido adop- tar el contrapeso mental de las liricas de Soda Stereo y Gustavo Cerati. Ahí fue donde inició mi cura espiritual, mí huida de las misteriosas tinieblas de Saltillo hacia la luz de otro mundo.

De haber seguido obsesionado con las profundidades abismales del Teatro Mágico de Herman Hesse y su Lobo Estepario, de los Nahuales de Castaneda, los misterios de la existencia de alguien como Adrián Rodríguez, del genio perdido de José Pacheco y la pastosa antigüedad de Saltillo y sus antiguas casonas, yo también hubiera acabado sumido en un ciclo repetitivo de enajenación mental.
Esta es una observación muy subjetiva; Saltillo es una ciudad con mucha nobleza e historia que llama a los espíritus bohemios y a la ensoñación, pero al vivir ahí por mucho tiempo, se corre el riesgo de interiorizar demasiado, de meterse en laberintos peligrosos de la personalidad y quizá nunca salir, tal como le pasó al dibujante, hoy prácticamente anónimo, José Pacheco.

Sito web: http://www.hectorcalles.com
Contacto: hector_calles@hotmail.com

 

 
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