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Septiembre 2013
Edición No. 295
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jose luis cuevasCuevas en Saltillo

José Luis Carrillo Hernández.

Apreciar el arte es una tarea de emociones no de conceptos que se tengan que razonar, entender, explicar, justificar o definir, pero ésta es la visión clásica de la apreciación del arte, una visión natural y cotidiana, la visión que reconoce lo proporcionalmente armónico, la Belleza.

Sin embargo hay visiones distintas que a lo largo de la historia han dado opción a manifestaciones opuestas a la forma clásica de ver, apreciar o ejecutar la propuesta de arte, así al arte del Renacimiento se opuso el Barroco, el Rocco y el manierismo, ante esto la respuesta es el neoclásico que en oposición aparece el romanticismo que enfrentaría al Realismo. Posteriormente, con la revolución industrial y la innovación tecnológica en Europa genera nuevas opciones y posibilidades para la expresión pictórica o plástica, tal es el caso del Impresionismo que indaga más que en la forma, en el comportamiento de la luz y el uso de los pigmentos en forma pura colocados uno al lado del otro, para que a la distancia nos den sensación de fusionarse y mezclarse.

Luego, a principios del siglo XX nuevas tendencias se suman a la plástica. Picasso abriría la puerta a un desfile de novedosas propuestas pictóricas que irrumpieron y trastocaron las formas clásicas de percibir y ejecutar el arte en un nuevo mundo de industria y consumo, guerra e imperios, poder y riqueza, masas humanas y pobreza. Así el arte pierde toda atadura, se despoja de toda vestimenta y técnica, reivindica los rasgos y gestos de la línea, desde las formas más primitivas hasta las más complicadas en algunos casos como queriéndose burlar del Arte Burgués, como es el caso del Dadaísmo, que pretende ser el anti arte, el Cubismo de Picasso que fue rescatado de las máscaras de las tribus africanas y el arte hierático egipcio, vino también el Surrealismo que tiene su antecedente en el Bosco de origen holandés Renacentista, también aparece la pintura Abstracta y otras tendencias. Mientras tanto qué sucedía en Saltillo o en México.

Tras la caída del presidente Carranza, estaba llegando a Saltillo procedente de Italia y tras la suspensión de su beca el pintor zacatecano Rubén Herrera, que fuera formado en el más puro estilo Neoclásico tardío, ajeno totalmente a los movimientos pictóricos europeos que estaban irrumpiendo y rompiendo con la visión tradicional de ejecutar el arte en ese continente en el cual él permanecía. Mientras tanto en la ciudad de México la escuela Realista finalmente se imponía tras larga convivencia del Renacentista, el Barroco, el Rococó y el Neoclásico, desde la conquista hasta la revolución dando paso y casi todo el espacio a la Escuela Mexicana de Pintura: El Muralismo Mexicano, movimiento pictórico de influencia Renacentista al que pertenecía entre otros José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros quien señalaba: “No hay más ruta que la nuestra”, refiriéndose al trabajo pictórico muralístico posrevolucionario cargado de elementos políticos, sociales y culturales de una tendencia de izquierda que estaba realizando aquel grupo de pintores, algunos de ellos de origen revolucionario y en rechazo abierto a las corrientes europeas del arte contemporáneo, hasta que a finales de los cincuentas y en franca oposición surge la figura protagónica de José Luis Cuevas, quien junto a otro grupo de artistas reclamaban dejar de ser excluidos de los distintos foros y muestras internacionales del arte mexicano por el hecho de incorporarse a las corrientes que en Europa se habían gestado a principios del siglo pasado y que tardíamente llegan a manifestarse en México.

El protagonismo y olfato político de Cuevas lo llevó a confrontar esa posición irreductible de Siqueiros, convirtiéndose prácticamente en el portavoz de la generación de la ruptura con el muralismo. Sus frecuentes exposiciones en Estados Unidos y Europa que se dan a partir de ser apadrinado por el agregado cultural en la ONU, el coleccionista y crítico de arte José Gómez Sucre, con su primera exposición en Washington, D.C., la adquisición de dos dibujos por parte de Picasso en una importante galería de París, sus dotes publicitarios, hacen de Cuevas una celebridad de la plástica contemporánea y su camino en ascenso es vertiginoso .

Los rasgos del dibujo de Cuevas lo convierten en un expresionista neofigurativo, de un gran valor, esos individuos deformes sacados de los manicomios o bien de los subterráneos de la ciudad misma, adquieren una fuerza extraordinaria en el pequeño formato que caracteriza al Cuevas de los 50s, 60s y 70s. Seres físicamente deformes de actitudes deformes que han perdido toda naturalidad para manifestar los más íntimos rasgos de una patología humana que subyace de múltiples maneras como tumores con metástasis en una sociedad con anemia y amnesia por sus hechos y desechos. Partidario de lo grotesco y tenebrista es la estética de Cuevas no pertenece a la academia ni es figurativo, por lo tanto quien quiera ver a Cuevas a través de los clásicos, difícilmente lo entenderá y máxime cuando lo que al alcance se tiene son unas obras escultóricas que no son el deleite de los niños precisamente y tampoco logran el expresionismo de aquellas tres primeras décadas, pues éste se diluye en el gran formato y se pierde totalmente en sus esculturas. Por fortuna no es la primera vez que Cuevas está en Saltillo, ya tuvimos la oportunidad de hospedarlo y ver lo mejor de su trabajo. En 1985, el 19 de septiembre el día de aquel terremoto que devastó el centro de la ciudad de México, José Luis Cuevas estaba inaugurando su exposición de dibujo y gráfica en la galería de lo que hoy es Secretaría de Cultura.

Pero si el arte contemporáneo en la ciudad de México en forma muy tardía es finalmente aceptado y no totalmente entendido, imagínese usted en Saltillo que tenemos esa herencia enteramente neoclásica muy tardía y sin públicos preparados capaces de desprenderse de esa visión aun en las más altas esferas de la sociedad, la cultura y la intelectualidad local, con unas políticas públicas y acciones culturales que buscan más el impacto publicitario con fines propagandísticos o para beneficiar a intermediarios que tienen que ver con la renta de obra, seguros, transportación, comisiones, pagos por la curaduría, etc. etc., que consumen millones en este tipo de exposiciones que muy poca gente logra apreciar, disfrutar y sentir.

Las acciones culturales elitistas que demandan cierto conocimiento de los lenguajes del arte contemporáneo para poder acercarse a él, donde no basta la vista para sentirlos o entenderlos, beneficia a muy pocos, el arte contemporáneo no dirá nada a la gente si ésta no sabe leerlo, en este caso amplios sectores que abarcan hasta la clase dominante son analfabetas. Sin duda poner el arte en el camino por donde transita la ciudadanía es muy loable, pero si éste no genera a un mínimo de contemplación y goce estético, seguramente no está en el escenario correcto ni cumpliendo su función.

Mientras no se eduque la inteligencia del individuo y sus emociones con las artes y la cultura, difícilmente se entenderán las manifestaciones de otros por muy grandes que sean. Es desafortunado ver como el gran arte por más grande que sea se aleja o se volatiliza entre las masas.

 
 
 

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