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Septiembre 2013
Edición No. 295
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De calendarios y marcadores solares



Ariel Colín Morales.

Cuando un observador situado en la cumbre de una montaña o en una gran llanura, dirige la mirada a la Tierra a la vez que gira sobre sí mismo hasta describir una circunferencia completa, su vista queda limitada por un circulo cuyo centro él ocupa: la superficie de la Tierra aparece como un disco plano de gran extensión. A esta porción visible de la Tierra en tales condiciones se le llama HORIZONTE (del gr., orizon: limitar).

Como el primer conocimiento que tuvo el hombre sobre la Tierra y el cielo fue el que le proporcionaban sus sentidos, es decir un conocimiento empírico, la apariencia motivó que en  otros tiempos se imaginara la Tierra como un disco plano, imagen que prevaleció hasta la Edad Media, como lo comprueban los mapamundis de fray Mauro, Fillastro y la Carta de los Borgia.

Como observadores, mirando al cielo tenemos la impresión que es una media esfera hueca que descansa en los bordes del horizonte.  Llegada la noche, una vez que son visibles los astros se percibe que no permanecen fijos, que se mueven sobre el horizonte conservando entre ellos las mismas distancias, sin deformar las figuras  de las constelaciones cual si el que girase fuera el cielo, arrastrándolos consigo.

Esta apariencia hace suponer que el firmamento es una esfera hueca dividida en tres partes por el horizonte, una que se ve encima de él y otra que permanece abajo. La creencia en una esfera de cristal azul transparente que se manifestó en Ptolomeo, como en Copérnico y John Kepler, y en la que suponían fijas las estrellas fue solamente un producto de las apariencias.

El movimiento aparente de los astros sobre el horizonte se efectúa siempre  en un mismo sentido, iniciándose por un determinado rumbo y terminando por el opuesto, después de haber recorrido la bóveda celeste. El rumbo del horizonte por el que aparecen y se levantan los astros recibe el nombre de ORIENTE (del latín orĭens) participio de orīri: aparecer, nacer; y OESTE O PONIENTE.  (del lat., occidens: acostarse).

Extendiendo el brazo derecho hacia el Oriente y el izquierdo hacia el Occidente, tendrá frente a si el rumbo Norte o SEPTENTRION (del lat., septentrionis : siete estrellas del hemisferio Norte) y a su espalda el Sur o MEDIODIA (llamado así porque en los países septentrionales, en el momento del mediodía, el Sol está hacía el Sur del observador).  La orientación el  proceso por el que se sitúa en el horizonte cualquiera el rumbo del Oriente y por lo tanto de los demás puntos cardinales. Existen diferentes formas de orientación siendo las más sencillas o comunes: Determinación del Meridiano, Localización de la estrella Polar y por último la brújula.

Esta introducción solo sirve para manifestar que todo ese conocimiento mencionado en diferentes épocas y países era conocido por las ancestrales culturas prehispánicas, tal vez con otros nombres o con otras estructuras pero con un mismo fin: el tratar de explicar su mundo a través la ciencia de la observación de  la astronomía y de la astrología las cuales en sus  inicios tuvieron los mismos principios.
            
Tradicionalmente se ha considerado el Sur de México donde se han asentado las culturas prehispánicas donde a simple vista podemos mencionar el equinoccio de primavera en Chichen Itzá en el templo de Kukulkán, donde el dios baja a la tierra; el templo de Quetzalpapalotl en Teotihuacán donde en el equinoccio de verano en el rectángulo que forma dicha construcción , se proyecta la sombra de las almenas  sobre el suelo el cual indica el inicio de la siembra o de algún otro evento que aún desconocemos; Dzibilchaltún, donde a las 5:00 AM aparece el sol recorriendo las ventanas con que cuenta el edificio hasta colocarse detrás del edificio iluminando el astro solar el centro del edificio del Templo de las Siete Muñecas; siendo de esta forma que indicaba a los Mayas el cambio de estación y por lo tanto la llegada de la primavera.

Andar en el monte es tener los sentidos abiertos y dispuestos a descubrir lo que los sentidos aprecian y nos demandan, descubrir elementos que han estado guardados por las arenas del tiempo esperando nuestra presencia para relatarnos lo que los antiguos habitantes del desierto nos cuentan a través de las piedras y  que es perene.

Andando en compañía de los amigos y compañeros de múltiples travesías  Rufino Rodríguez Garza y José Flores Ventura, en una de esas tantas  salidas planeadas, nos dirigimos  al  Cerro del Borrado, que se encuentra en Ramos Arizpe, asistimos por casualidad un día después del solsticio de otoño; el antecedente no podría ser mejor, una pared completa de varios metros con profusos grabados, pero de esta parte me ocuparé en otra ocasión, pues quiero dar a conocer un evento solar que bien podría ser un pequeño  pretexto para voltear a ver esta zona de la República mexicana con otros ojos: Eran las 5:00 de la mañana  empezamos temprano con la introspección del lugar; la rutina es la de siempre aunque distinta de fondo, siempre de avanzada Rufino y Pepe rastreando grabados y pinturas, yo registrando naturaleza y ángulos diferentes de los de avanzada; el sol permanecía a mi espalda, el Oriente a mi izquierda, teniendo como fondo una pared de aproximadamente 8  o 9 metros de alto; al dar vuelta a una roca grande, de reojo aprecio sobre unos grabados peculiares, pero que con anterioridad ya había visto en otras ocasiones y en diversos sitios, una hilera de triángulos en procesión unidos por sus bases de unos 45Cm de largo por unos 11 cm de alto, con la particularidad que se conformaba un triangulo autónomo, el cual se formaba con rayos del sol del levante pero que correspondía en su conjunto, es decir el triángulo era una parte de los grabados, de la escultura en la piedra;  lo que llamó mas mi atención fue el que fuera hecha  la proyección un dia después del solsticio de verano; lo cual trajo a mi mente los eventos astronómicos del centro y Sur de México.

Aun no he podido determinar cuál sería la función de dicho marcador solar, tal vez un inicio de la siembra de algún plantío, tal vez la salida hacia otras tierras mas sureñas pues con la inminente llegada del otoño se inician los fríos en la región y por consiguiente el invierno, o quizá simplemente sea, como en otras veces también se ha estudiado, el hecho de que los antiguos pobladores del desierto conocían el movimiento de los astros ampliamente, pudiendo determinar con exactitud los cambios de las estaciones así como el movimiento del sol a través de la esfera cósmica; tomando para si esos conocimientos y aprovechándose de ellos para poder ser la clase gobernante o con privilegios y derechos en el clan al que pertenecían.

No sería extravagante o exagerado pensar que los chamanes u hombres santos manejaran también este conocimiento adquirido a través de la observación, ya que el manejo del mundo espiritual estaba regido también por eventos astronómicos como el movimiento de las estrellas o de la luna e inclusive el sol, o solo físicos como la lluvia, el frio o el nacimiento de crías de venado para poder cazar y comer; luego entonces si manejaban el mundo espiritual también tendrían la potestad de manejar el mundo físico visible.

Por pláticas con el Antropólogo Lorenzo Encinas y con el Ing Rufino Rodríguez, me mencionaron que han detectado eventos astronómicos en otros lugares como en Gavillero o algunos sitios de Mina, Nuevo León.

La materia es amplia, amplísima; falta que las autoridades del INAH volteen sus ojos a estas latitudes y estudio. en los vestigios de una grana civilización; no solo han sido “cosificados”  los habitantes de la Gran Chichimeca, hasta ahora han sido ignorados y el olvido es muerte. Falta por escribir lo mejor de la Prehistoria de Coahuila, falta por voltear a ver al gran septentrión, falta por entender que aunque no tengamos pirámides si hay una historia que contar a través de los legados de nuestros antepasados. 

 

 
                         
       

       
                             
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