publicación Online
 
 
  ir a pagina principal regresar     
Diciembre 2012
Edición No. 286
ir a ediciones anteriores  

epn

Veneno Puro

-Dicotomía y Fariseísmo
-Y Regresan los Trenes
-¿Por qué Confesó Peña?


Rafael Loret de Mola.

No pocos lectores, casi con morbo según presiento, me piden una opinión sobre Enrique Peña Nieto acaso para ver si caigo en la trampa de la adulación fácil y me estigmatizan por un sexenio. Aclaro, y lo sostengo, que sólo me apego a un hecho incontrovertible: la elección, primero, y la asunción presidencial, después, distan una barbaridad de aquel “corral de comedias” en lo que convirtió el panismo defraudador al Congreso y al país, de paso, como gran rehén de la demagogia. Eso no significa negar los excesos de recursos y financiamientos non santos que empañaron una victoria cuyo margen debió ser incontrovertible; pero debe subrayarse, igualmente, que nadie puede tirar, desde las dirigencias partidistas, la “primera piedra” porque todos recurrieron a marrullerías semejantes. ¿O no debe hablarse, entonces, de los repartos de despensas en el Distrito Federal, el bastión fuerte del PRD, copiados al carbón de las antiguas mañas?¿Ni de la manera como el PAN actuó al final de la campaña para resarcir a una vencida Josefina Vázquez Mota y hacerle creer que nunca fue usada sólo para fines protocolarios?

Todos pecaron y debieran animarse a ser sensatos, sobre todo ahora cuando los hechos ya están consumados y no hay marcha atrás posible. Incluso, conozco de buena fuente, la versión acerca de que, en una reunión del cuarto de guerra peñista, se decidió lanzar un ultimátum a Andrés Manuel López Obrador y así se hizo: a cambio de solventar la fundación de “Morena” como partido, el tabasqueño limitó su protesta en el Ángel de la Independencia un tanto para lavarse las manos, otra cita bíblica, respecto a los desmanes cometidos por grupúsculos perfectamente adoctrinados -incluso con elementos de alto riesgo, rudimentarios pero bien hechos, como las lanzas de madera encendida-, por “alguien” que pretendía poner en jaque a los jefes policíacos tras la abrupta salida de Manuel Mondragón y Kall del gobierno defeño para integrarse al gabinete de Peña. ¿Nombres? Merodea siempre en mi cabeza el de Genaro García Luna, urgido de cubrirse las espaldas como sea y también con un voraz sentido de la vendetta. Apúntenlo, por ahora, los amigos lectores.
Bien, a Peña Nieto lo he entrevistado en dos ocasiones -con motivo de mi obra “2012: La Sucesión” que sirvió de guía, desde 2010, a otras publicaciones-, y en sendas ocasiones me percaté de dos perfiles evidentes:

A).- En primer lugar de sus limitaciones culturales y su formación artesanal –lo que no siempre es un defecto pero pesa enormidades cuando se llega a las mayores alturas-, en cuestiones de enorme controversia como el tema de la seguridad nacional, ahora afrontado con basamentos muy débiles: no es razonable, en una República federal, pasar encima de las soberanías estatales para integrar un Código Penal Único. Por otra parte, cuando hablé con él, quedó claro que la idea de unir a las corporaciones de policía conllevaba entonces y conlleva hoy el riesgo de aumentar severamente la injerencia estadounidense o desde el sur del continente, como si se tratase de un fuego cruzado que nos pondría a todos en las trincheras. El planteamiento es tan superficial como mal armado... hasta ahora.

B).- Un segundo elemento me fue notorio: Peña se sabía Presidente desde mucho antes de iniciar la precampaña, como si su seguridad fuese un asunto acordado de antemano para brindar la posibilidad de una salida ineludible, pero decorosa, de la derecha fracasada. Quizá en los ámbitos del verdadero poder se pretendió resarcir a los mexicanos de los daños infringidos por la ausencia de gobierno a través de dos sexenios lamentables. Y eso era lo que guiaba la acción de Peña en detrimento, por supuesto, de nuestro ámbito nacional y de la autodeterminación que debiera ser principio irrenunciable.
Eso fue, subrayo, hace más dos años y diez meses, casi tres. ¡Qué rápido se pasa el tiempo! Lo expreso porque, pese a los derrapes de campaña y las torpezas logísticas -amén del ya sabido y repulsivo reparto de prebendas y dinero-, el personaje, alejado de sus miedos, me pareció otro cuando asumió la titularidad del Ejecutivo. Quizá fuese el blindaje excesivo, pero lo cierto es que dio la impresión de estar dispuesto a utilizar la mano dura cuando no se flexibilizan las posturas. ¿Un autócrata? Para algunos puede marcarse así; para otros, entre quienes me incluyo, se observa como alguien que en su arranque busca contener la marea de las descalificaciones mutuas para intentar ganar espacios para la gobernabilidad. En su situación, ¿alguien podría reprocharse hacer lo mismo?

También fue notorio que, como no lo hicieron sus predecesores, puso las reglas del juego sobre la mesa, hace apenas una semana, a todos las celebridades de la vida institucional del país: a la “maestra” Elba Esther no sólo la cercó sino la exhibió en su punto más débil, la negociación soterrada de plazas y la pretendida ignorancia sobre el número de mentores en el país; a Televisa, de la que se supone es aliado, le buscó competencia inmediata mientras Carlos Slim se ponía muy pero muy serio; a López Obrador, sin mencionarlo, lo colocó en jaque al acentuar la presencia de Josefina Vázquez Mota en Palacio Nacional para exhibir la distancia enorme entre los perdedores de la contienda electoral. Y tal tuvo repercusión: se vio, con enorme claridad, que los incondicionales de Andrés Manuel están empezando a cansarse de sacar siempre la cara por él y cuanto se le ocurra.

¿Qué opino de Peña? Que no me gusta el modelito pero me atrapa cierta tendencia a la esperanza. Fíjense: desde López Portillo a la fecha he guerreado, con el peso de la crítica, con seis mandatarios mexicanos. Hablamos de treinta y seis años. Y no me he cansado... pero tengo el deber, y espero la comprensión de quienes me honran leyendo, de brindar a Peña el privilegio de la duda. No puedo juzgarlo ni resolver su propio galimatías si no avanza un poco más en el ejercicio del poder. Fue una pena, sí, que la ceremonia de asunción, tan meticulosamente planeada, se empañara con los actos vandálicos y el anuncio de una muerte adelantada para colocar al nuevo Presidente en la hoguera de los genocidas. No se puede ser tan irresponsable, como lo fue el zacatecano Ricardo Monreal Ávila, cuya sed de venganza no se apaga desde que decidió alejarse del PRI porque no lo hizo su candidato a gobernador de su entidad, para usar la tribuna del Congreso y lanzar un torpedo acerca de un supuesto asesinato “político”... que no había ocurrido a pesar de la gravedad de los incidentes. Esto sí se puede juzgar desde ahora como un supremo acto de barbarie política, injustificable en democracia.

No soy de quienes se dejan seducir sólo por un discurso, pero el arranque de Peña, en cuanto a lo hecho por él en estos primeros días, es revelador y muy interesante sin duda. Tiene prisa por alejarse de los estorbos y esto significa ya una gran diferencia. No canto victoria, pero sí estoy presto a hacer cuanto esté a mi alcance si se trata de elevar a México, como merece, contra sus enemigos, los que se ven y los emboscados.

Mirador
Debo confesar que hubo algunas de las “promesas presidenciales” que me ilusionaron. Hace años, por ejemplo, he insistido -y le consta a mis lectores más fieles-, sobre la enorme tristeza de observar la chatarra ferrocarrilera usada sólo por los museógrafos, como en Aguascalientes. Y cuando el nuevo mandatario señaló la urgencia de reconstruir vías y volcarse en trayectos estratégicos -hacia Guadalajara y el transpeninsular del sur-, pensé en el AVE español, observé al Príncipe Felipe, a pesar de mi aversión por las monarquías, y entendí el jugoso contrato que estaba paladeando. Pero, ¿acaso habría alguien que se opusiera a viajar en tren al Occidente del país, desde la ciudad de México, en dos horas y media? Bueno, ni López Obrador quien, en 2006, anunció este proyecto entre sus prioridades; y me ilusioné también.

Es hora de que el país se modernice, que crezca de verdad, que aumente su infraestructura y, sobre todo, su competitividad. Para ello es necesario un gran acuerdo nacional, no la intransigencia pandilleril de quien busca calificativos altisonantes para llamar a la discordia, al enfrentamiento, a la obcecación. Hay que saber dar vuelta a la página. Es el momento, me parece, de encontrar salidas no de colocar retenes para el diálogo. ¿O acaso se desea el fracaso de un régimen sólo para sentirse satisfecho de haberlo quebrado? Todo esto forma parte de los deberes no realizados que han generado, desde hace más de tres décadas, mis mayores señalamientos críticos. No he cambiado de línea ni me sumo a la cargada, pero ofrezco la mesura y el comedimiento como elementos para juzgar, cuando llegue la hora, al nuevo presidente.

Por las Alcobas
Cuando salí de mi primera entrevista con el mexiquense Peña Nieto, en octubre de 2009, señalé a quienes me acompañaban:

--No tengo la menor idea de por qué el gobernador Peña, sin que se lo preguntara yo, me habló de tener dos hijos fuera de matrimonio. Y lo dijo de manera natural cuando yo intentaba indagar sobre las dudas acerca de la muerte de su primera esposa, Mónica Pretelini.

Tardé varios minutos en digerirlo hasta encontrar una senda hacia la respuesta: lo adelantaba para superar, de una vez, el trance; esto es, ganar tiempo en el largo andar hacia Los Pinos.

Como siempre he esperado de los hombres públicos una autocrítica -es decir que hablen también de sus pecados y caídas, como las de todos-, me hice a la idea de que, esta vez, uno había querido ser sincero. O, en el peor de los casos, usarme para ventilar el asunto. Prefiero creer en lo primero.

- - - - - - - - - - - - - -
Nadie es perfecto, mucho menos los políticos actuales. Por ello la insistencia en descubrir cómo son por dentro sin violentar el derecho a la vida privada. Pero no debe permitirse que hacia fuera sean unos y hacia dentro otros, porque ello entraña una mayúscula -y perversa- usurpación de personalidad.

- - - - - - - - - - - - - -

 

loretdemola.rafael@yahoo.com

 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
carton noviembre 09 Noviembre 09 Rufino