Bailando con la más fea

José Luis Carrillo Hernández.

El buen desempeño de los gobernantes no está en la obra faraónica, sino en su capacidad de conjugar, reunir y armonizar a los distintos sectores sociales, y en los términos de la ley procurar que los mismos encuentren espacios de expresión, de crecimiento y desarrollo, con una correcta, honesta y escrupulosa aplicación de los recursos públicos, procurando un justo equilibrio e inclusión de aquellos sectores menos favorecidos, fortaleciendo las políticas públicas incluyentes de manera que garantice un mínimo de condiciones de igualdad necesarias para que cualquier ciudadano pueda participar, conocer, aprender, desarrollarse, competir y vivir según sus necesidades y capacidades.

El gobierno tiene la obligación de extenderse sobre su base social en una multiplicidad de facetas y tareas facilitadoras aplicables a la diversidad del conjunto que le corresponde administrar, en este sentido los sectores sociales mayoritarios son los que destacan en atención gubernamental y presupuestal.

En un conjunto tan diverso, el aparato burocrático cuenta con gran número de facetas administrativas, dirigidas las más de las veces por individuos cuyos méritos están en la simulación y la lambisconería política, obscuros individuos, parientes y recomendados de los altos mandos que ejercen sus funciones de manera discrecional y en espacios de opacidad donde surgen los casos de favoritismos y corrupción de estos mandos medios.

Es aquí donde se congela el ciudadano, pues es esta cepa de individuos los que finalmente tienen el contacto con la ciudadanía y son sus acciones u omisiones la forma de cómo el gobierno en turno tiene contacto con cada uno de los componentes de la sociedad, de ellos depende en gran medida la percepción que tengan los distintos grupos sociales y ciudadanos en particular, y no de las grandes obras, ni de las campañas de imagen y comunicación.

La ciudadanía no tiene acceso a los sondeos de opinión y de popularidad que sus gobernantes encargan a las encuestadoras, pero si podemos interpretar los resultados electorales más recientes como una forma de aceptación o rechazo al gobernante en turno y su partido, en este sentido es entendible que la ciudadanía no está de acuerdo y reprueba al gobierno y su liderazgo, el caso de Coahuila es difícil y lamentable, con un endeudamiento exorbitante, con un gasto corriente altísimo y poca inversión pública, agregado a esto la carga de la violencia y los rezagos sociales y toda la desconfianza ciudadana.

Al gobierno de Rubén Moreira le toca recoger y arreglar la casa después del largo bacanal y excesos del sexenio pasado, y a la ciudadanía como siempre seguir pagando los platos rotos, y aquellos sectores minoritarios o no prioritarios siguen sin ser atendidos, sufriendo siempre de los famosos recortes y ajustes presupuestales.

Muy desafortunado es el segmento del arte y la cultura al que le toca seguir bailando con la más fea. Sin dejar de reconocer acciones como la atinada programación musical en los festivales, la apertura de la librería Carlos Monsiváis, entre otros eventos como el de Fotocoahuila, también es necesario mencionar la casi nula ausencia de acciones culturales con creadores y artistas locales, salvo algunas excepciones que más bien atienden a ciertos intereses de grupo y padrinazgos políticos, lo que habla de la inequidad con la que se conducen estos funcionarios de los mandos medios, son éstos los promotores de la imagen del gobernador y son estas acciones las que trascienden y son comentadas en los círculos culturales y estéticos.

La práctica de la exclusión no genera simpatías pese a un discurso incluyente, por lo que no ayuda en nada que estos funcionarios medios en lugar de ser estilo de vasos comunicantes entre el gobernador y los ciudadanos se convierten en una inmensa muralla que impide la construcción de un marco de diálogo y participación plural de los artistas, pero sin gritos y sin sombrerazos!