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Agosto 2012
Edición No. 282
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Humberto y Peña Nieto; Coahuila
y Edomex; Eruviel y Rubén

 

Jorge Arturo Estrada García.

México cambió. La clase política se cimbra. Los gobernadores del PRI dejaron de ser “reyecitos”. Las reglas cambiaron y la forma de hacer política también. Los mandatarios estatales deberán aprender a gobernar bien. La desprestigiada clase política de Coahuila deberá renovarse. Se acabaron los juegos de damas chinas, y es hora de aprender a jugar ajedrez.

En el PRI del 2012, hay dos figuras nacionales emblemáticas: Enrique Peña Nieto y Humberto Moreira. Ambos personajes son producto exclusivo del dedazo de sus antecesores. Ellos no necesitaron ni padrino Presidente de la República, ni la venia presidencial para llegar a gobernadores.

Los dos se constituyeron en los líderes de los gobernadores de su partido. Y, con el uso intensivo de los recursos públicos y de los medios de comunicación, se convirtieron en los políticos tricolores más relevantes y mediáticos del país.

En algún momento se convirtieron en mancuerna, eran promocionados como la nueva cara del PRI: jóvenes, exitosos y carismáticos. El bravucón de barrio y el rock star, serían imparables en el camino de regreso del tricolor a Los Pinos.

Sin embargo, el destino deparaba cosas distintas para ambos ex gobernadores. Enrique Peña está a unos meses de colocarse la banda presidencial, y Humberto Moreira podría convertirse en comerciante de mermeladas.

Como gobernadores, tanto Peña como Humberto, construyeron sus liderazgos fuera de sus entidades actuando como mecenas de los comités estatales del PRI en las entidades gobernadas por el PAN y el PRD. Ambos, sabían que los necesitarían cuando intentaran trascender en sus carreras.

Así, ayudaron con dinero y recursos materiales y humanos a decenas de aspirantes a diputados, alcaldes y a gobernadores durante sus sexenios. Exportaron sus modelos y maquinarias electorales y forjaron amistades y alianzas.

Enrique Peña fue cauto, se rodeó de personas capaces, preparadas e inteligentes. Él aprendió y atendió consejos. Y ante todo, no dejó cabos sueltos, la sombra del exgobernador Montiel siempre lo persiguió. Los contrapesos en su entidad, lo mantuvieron siempre con los pies en la tierra. Comprendió escenarios y con disciplina navegó sobre ellos.

En contraste, Humberto Moreira fue un gobernador frívolo, poco capaz, derrochador y descuidado. Siempre con la mira en su siguiente puesto, su paso por el gobierno estatal fue desastroso para el desarrollo de la entidad.

Ambicioso y carismático, basó su carrera en la suerte y en la audacia. Nunca se preparó, ni se detuvo a reflexionar. Creó una nueva clase política local y marginó al resto. Encumbró a corruptos e incapaces. Los movió a casi todas las posiciones en el gabinete, en el partido y en los cargos de elección popular. Todo ello, en aras de lo electoral y en detrimento directo de la eficiencia en el servicio público.

Llegó hasta las alturas. Fue presidente del CEN del PRI. También allá le aplaudieron y se sintió invencible. Convivió con la cúpula del poder en México, y sus excesos y deficiencias terminaron por aniquilarlo. Dejó muchos cabos sueltos, no preparó su salida, ni le ayudaron a prepararla. Lo dejaron solo.

Y así, solo, dio la pelea y nunca se arredró. Le pusieron una madriza. Y lo echaron a su casa. Dejó de ser útil y alabado.

Dilapidó en meses su capital político, hasta convertirse en una caricatura de sí mismo. Ahora es la estampa del político priísta más repudiado. Símbolo de los excesos y la corrupción de la era de los todopoderosos gobernadores del PRI, que germinó a la sombra de los 12 años del paso del panismo por Los Pinos.

Sus colaboradores lo traicionaron. Pero hasta ahora lo reconoce. Nunca tuvo tiempo para sentarse a gobernar, el poder lo hacía caminar entre nubes. Cuando se le acabó la suerte, la audacia no bastó. No supo leer los escenarios ni entendió los contextos.

La inseguridad, la corrupción, una deuda pública monumental y cientos de miles de ciudadanos irritados, son el legado de Humberto Moreira para Coahuila.

Rubén Moreira llega al Palacio Rosa en épocas de turbulencia. Es sencillo entender que se encuentra atrapado por las circunstancias. No tuvo luna de miel. Ni programa de 100 días. Encontró a un estado dividido y polarizado. Endeudado y sin dinero, está muy limitado su margen de maniobra.

En contraste, Eruviel Ávila ha tenido el camino pavimentado y sin contratiempos. Paso a paso, consolida su carrera y su futuro político.

Rubén no había dimensionado la magnitud de la deuda. Tampoco el daño que la delincuencia, y la corrupción que les permitió apropiarse del estado, le han causado a los hogares coahuilenses. Tampoco, del repudio y molestia de los coahuilenses hacia el moreirismo.

Rubén ha encontrado pueblos y hasta ciudades completas en manos de la delincuencia. Se ha enterado de corporaciones enteras que desertan y se niegan a certificarse. Ha visto a funcionarios y mandos que no aprueban los exámenes de confianza.

También ha recorrido un centenar de obras inconclusas. Ha tenido que abonar miles de millones que se deben a proveedores y constructores. E, intentar trabajar con dependencias ineficientes, nóminas abultadas y llenas de parásitos.
Las arcas estatales están vacías, y los recursos están comprometidos por 20 años. Tuvo que aumentar y cobrar impuestos por la exigencia de sus acreedores y las calificadoras crediticias.

Rubén, no puede contratar nueva deuda, ni dispone de dinero para megaproyectos estratégicos. No sólo somos el estado más endeudado del país, ni el que paga los intereses más caros, también somos el que menos recursos dispone para inversión pública y de infraestructura del país.

Humberto construyó tres docenas de prepas, el 90 por ciento de ellas son un par de aulas y de educación a distancia. No construyó universidades y menos se interesó por aumentar el número de ingenieros y de estudiantes de ciencias. Los hospitales están sin terminar y sin equipar por completo. Nos llenamos de puentes, pero no avanzamos ni un centímetro en el camino de la economía del siglo 21.

Lo que escribimos hace meses sucedió. Los coahuilenses reprobaron al moreirismo, al PRI y a sus excesos. A su estilo de gobernar casi totalitario, sin rendición de cuentas y pleno de propaganda, de engaños y mentiras.

Las derrotas sacudieron al Palacio Rosa. Para el control de daños se envió a David Aguillón a mantener el control del PRI, había que hacerlo en firme y con un consejo político estatal. Había que hacerlo antes de que Peña Nieto llegara a los Pinos. Antes de que germinara la insubordinación o se diera un “golpe de estado” al CDE del tricolor.
La llegada de David y su activismo, abrieron la sucesión gubernamental, adelantaron los tiempos electorales y aceleraron a los “calefactos” a las presidencias municipales. También, la llegada de Peña Nieto animará a los priístas marginados por el moreirismo a moverse en la capital del país para impulsar sus proyectos y aspiraciones.

Este proceso electoral se llevará otro año, y hará más difícil la tarea de construir un vínculo del gobernador con los ciudadanos.

Coahuila requiere un buen gobernador. Que trabaje a nivel de excelencia en los temas estratégicos. Un mandatario que recupere los sueños de progreso de los ciudadanos. Ya no se pueden perder otros seis años. Lo difícil es reconstruir la confianza perdida. Y ya van ocho meses.

 
jjjeee_04@yahoo.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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