publicación Online 4 de abril de 2011
 
 
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Edición No. 265 , ABRIL 2011
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La historia

Manuel Padilla Muñoz.

Al hombre, desde que tiene uso de razón, le ha inquietado su pasado -sobre todo su génesis- que parece perderse en la nebulosa de los tiempos. Desde tiempos pretéritos ha utilizado el oficio de historiar, de investigar, como una de sus actividades más nobles. La indagación del pasado lo ha conducido a perfeccionar este oficio hasta convertirlo en una ciencia, la Ciencia de la Historia.

Casi tres mil años después de Herodoto, llamado por Cicerón “El Padre de la Historia”, podemos concluir que la historia no es un arte, sino una ciencia. La historia no es una simple acumulación de conocimientos, sino que éstos deben corresponder a la realidad y ser comprobables. En la escuela tradicional se nos atiborra con una historia aburrida, la que “es la mera ordenada descripción de los hechos, fechas y nombres”.

En nuestro estudio aplicamos la historia como ciencia que estudia al hombre a través del tiempo; es decir, el estudio del hombre en relación con la comunidad de la cual forma parte y con el desarrollo de ésta. De no ser así, no se trataría de un estudio historiográfico sino de alguna otra actividad relacionada con la historia, pero no ésta propiamente dicha.

Como aprendices de Clío, la musa que representa el conocimiento histórico, solamente debemos hablar de historia cuando la sentimos. Cuando el historiador bisoño empuñe la pluma (o computadora) para escribir una historia, debe tener seguridad de que comprendió a la perfección, que puede explicarlo bien y juzgarlo primeramente, el tema a desarrollar.

Cuanta razón tiene el doctor Luis González al asegurar que “los historiadores son personas que hacen cosas muy distintas de manera muy diferente. Llegan a donde van por muchos caminos”. Nosotros sostenemos, a su vez, que la mayor exigencia del historiador es la búsqueda de la verdad. Para el español Ramón Iglesia, el objetivo del historiador es “comprender al hombre sin intentar justificarlo”. Los positivistas decían: “Primero averiguad los hechos; luego deducid las conclusiones”, mientras que un periodista liberal americano aseguraba que “los hechos son sagrados; la opinión, libre”. Como periodistas sabemos que la forma para influir en la opinión pública consiste en seleccionar y ordenar los hechos adecuados.

Para el maestro Alfonso Caso, hay dos formas de concebir la historia: “La primera consiste en buscar las cosas más raras y curiosas y escribir aquellas anécdotas que más destacan a los príncipes y a los reyes de la comunidad de los hombres. Para este tipo de historiadores, saber dónde están enterrados los huesos de Colón constituye el problema fundamental de la historia americana.

La segunda, es el historiador que trata de darnos una visión, tan cabal como sea posible, de las condiciones en las que se desarrolló la vida de un pueblo o de una cultura; mostrarnos sus transformaciones, el desarrollo de sus artes, de sus técnicas y de sus ciencias; la vida en la familia y el estado; las influencias que recibieron por el comercio o por la conquista. Esta última concepción es la que aplicamos en nuestro estudio. Rechazamos la idea de los “pueblos sin historia”, de los que no cambian a través del tiempo. Hay comunidades más dinámicas que otras, ciertamente, pero no hay una, en todo el mundo, que no muestre alguna transformación en el tiempo”.

Aún cuando nuestros trashumantes indios laguneros hayan vivido en la prehistoria, sumidos en el paleolítico, tienen una historia y su supervivencia fue el resultado del dominio de un medio agreste como el desierto del norte de México. Fueron los vencedores del desierto. Alguna técnica deben haber aportado en su proceso de desarrollo en el tiempo. Es eso, precisamente, el motivo de nuestro estudio: rescatar a los indios laguneros como integrantes de la Cultura del Desierto del Norte de México. Además, porque estamos convencidos de que una conciencia nacional no puede ser posible sin una conciencia histórica. La historia de sus indios laguneros, debe integrarse a la conciencia histórica. Destacar esta historia es lo que nos mueve y motiva.

Si la ciencia se propone descubrir y dar a conocer la verdad, también es cierto que, en forma práctica, el historiador cumple con su cometido si a la investigación se agrega la difusión. Así, y no de otra forma, puede explicarse la publicación de este modesto ensayo.

Hemos de advertir que no somos partidarios de la teoría de la imparcialidad. Un suceso histórico puede ser analizado por cualquiera de las partes y siempre la versión será de acuerdo a su actuación social. La rebelión de los esclavos romanos, por ejemplo, ha sido vista desde la óptica de los ilotas y la de los esclavistas y cada uno lo presenta en forma diferente. La conquista de México tiene dos versiones: la de los triunfadores españoles y la “Visión de los Vencidos”, la del pueblo azteca; y ambas aportan diferentes pero importantes puntos de vista sobre un mismo suceso. No se puede ser imparcial en el oficio de historiar, aunque no significa renunciar a ser objetivo.

Nuestra historiografía no debe estar basada en caudillos ni gobernantes. Debe estarlo en el desarrollo de una comunidad primitiva en su conjunto y la forma en que dominó al desierto con su escasa cultura. A ello hemos de agregar que “lo caliente” en la historia, las filias o las fobias, no quitan lo veraz. La imparcialidad no existe ni ha existido jamás. El concepto de imparcialidad es un mito, dice el inmigrante español Ramón Iglesia: “Cada hombre contempla la realidad que le rodea con una perspectiva propia y no puede haber estudio más apasionante que el de observar como un mismo núcleo de hechos se refracta diversamente según el espectador que lo describe”.

Debemos tratar de compendiar los sucesos históricos basados, algunos, en las fuentes primarias; otros, en lo que produjeron las investigaciones de quienes anteriormente han estudiado a nuestros indios laguneros desde diversos ángulos científicos y, en mínimo grado, podemos utilizar la imaginación como un elemento deseable para hacer historia; lo mismo que destacar algunas semejanzas con otros pueblos integrantes también de la Cultura del Desierto, aunque hayan estado situados a grandes distancias unos y vecinos otros.

Tales son los casos de las naciones de los tepehuanos, zacatecos, guachichiles, tarahumaras y por el otro lado los indios californianos y del suroeste de los Estados Unidos que aunque lejanos vivían en hábitat semejante por lo que tuvieron muchas coincidencias en sus formas de vida.

Hemos dicho que un aspecto importante del estudio de la historia es brindarle sustentación lógica a los hechos. La filosofía de la historia es una rama de la propia historia que no se dedica a la investigación y a la exposición de hechos determinados, sino a la interpretación general de los mismos. La filosofía de la historia pues, se basa en una correcta sintetización de los conocimientos parciales y, sobre todo, en su interpretación. En efecto, la filosofía de la historia busca desentrañar los móviles profundos de los hechos e interpretarlos. Es una rama de la ciencia en la que deberíamos abrevar todos los estudiosos de la historia.

Es por eso que necesitamos aplicar la filosofía de la historia a los hechos de nuestros indios laguneros con el fin de darles una interpretación en su contexto, en su hábitat natural. Ello no significa que esos rudimentarios hombres hayan tenido, necesariamente, ese conocimiento. Corresponde a los historiadores, apoyados en el desarrollo de la historia como ciencia, brindarles los fundamentos a tales hechos para una mejor comprensión.

Nuestros laguneros arqueológicos, en su incultura, jamás sustentaron teoría alguna sobre su cerebro y sus manos. Y sin embargo, aunque en forma rudimentaria, las usaron, puesto que están íntimamente ligados ambos órganos, y de ello hubo resultados factibles: las herramientas.

Para ello hemos de acudir a la antropología moderna. El pensamiento surge de la presión de los problemas prácticos, de los que el hombre enfrenta diariamente en su vida. Para el indio lagunero resultaba imposible atrapar grandes cantidades de peces en la laguna con sus propias manos; tenía necesidad de utilizar los recursos naturales de su alrededor para lograr su propósito de lograr mayor cantidad de satisfactores. Este género de conducta se demuestra claramente en la construcción de las trampas; y fue así, seguramente, como inventó la nasa, una ingeniosa trampa para pescar más que con sus propias manos. Unió su pensamiento, su capacidad de discernir, a la habilidad de sus manos, para lograr un resultado: una herramienta para mejorar su vida. Este ejemplo es fácilmente multiplicable.

La unión de su cerebro y sus manos le permitió al indio lagunero crear sus herramientas. Con ellas pudo superar a los animales especiali- zados para el dominio de su hábitat. Logró minar como topo, cortar árboles como un castor, cascar nueces como una ardilla, quitar las espinas a las xerófilas como liebres y conejos y ahuyentar a las bestias carniceras que le acechaban. Con sus flechas, hondas y lanzas, logró superar la velocidad de animales mucho más rápidos que él. En contraposición, podemos citar que el animal es presa de sus limitaciones en su propio hábitat mientras que el hombre se adapta a las condiciones de vida. He ahí la enorme diferencia entre el animal y el hombre racional, el homo sapiens.

Considerando que, de por sí, la historia es una ciencia árida, hemos tratado de realizar este ensayo lo más comprensible posible porque pretendemos que tenga fines didácticos. ¿Por qué debemos conocer nuestra historiografía regional? Para no ser extranjeros en nuestra propia tierra.

 
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