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Noviembre 2011
Edición No. 273
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indios norteamericaLos indios de Norteamérica (2)

Rubén Dávila Farías.

Contratas de sangre
A mediados del siglo 18 la mayoría de los grupos indígenas locales habían desaparecido debido a tres grandes factores: El hambre originado por las encomiendas, las guerras, y muy principalmente por la viruela, enfermedad que los mató en grandes cantidades. Otros grupos indígenas que opusieron feroz resistencia al avance de los españoles fueron reducidos, apresados y enviados a Cuba, a la ahora República Dominicana y a Puerto Rico, obviamente para venderlos como esclavos.

En su Anuario Coahuilense para 1866, Esteban L. Portillo da a conocer las denominaciones de más de 140 grupos indígenas que vivían en el norte de México. Al desaparecer las tribus locales, bandas de apaches, comanches, kiowas, kikapu, zuni y otros, se internaron en México acosados por las legiones de europeos que llegaban a establecerse en los Estados Unidos. Apaches y comanches, enemigos ellos mismos, iniciaron en México y Texas, principalmente, una guerra sin cuartel contra el avance de españoles y anglos.

En México sus incursiones se extendieron rápidamente llegando a realizar ataques en ciudades tan al sur como Zacatecas, Saltillo y San Luis Potosí. La situación llegó a tal punto que debido al gran número de muertos y daños a ranchos y haciendas que en 1850, el Congreso de Chihuahua estableció las “Contratas de Sangre” que autorizaban a cualquiera que lo deseara a matar indios por recompensa.

Las autoridades de Chihuahua pagaban inicialmente 100 pesos por una cabellera de indio varón y 50 por cabellera de mujer. Este precio se elevó posteriormente a 200 pesos por una cabellera de indio, la mitad por el cuero cabelludo de una mujer y 250 pesos por cada guerrero que se capturara vivo que generalmente era ahorcado.

Estas contratas dieron margen al nacimiento de bandas dedicadas específicamente a cazar indios, y con el fin de allegarse las recompensas, en múltiples ocasiones arrasaron con rancherías completas de indígenas pacíficos. Incluso algunos historiadores afirman que el propio Terrazas cobraba por cabelleras trabajando en sociedad con un mercenario de nombre James Kirker, que junto con su banda de sicarios asesinó a centenares o miles de indios.

Este James Kirker era un aventurero irlandés que llegó muy joven a los Estados Unidos escapando de la hambruna que asolaba su nación. Pronto viajó por todo el país. Se convirtió en traficante de pieles y por ello conoció mucho sobre las costumbres indígenas y sus lenguas. Se casó en Estados Unidos mas sin embargo al viajar al sudoeste entabló relaciones con el gobierno de Chihuahua que lo contrató para combatir a las bandas apaches. Se casó nuevamente en la capital chihuahuense con una dama de apellido García cuyo nombre no tiene caso consignar, y se convirtió en ciudadano mexicano con el nombre de Don Santiago Querquer.

Al estallar la guerra entre México y Estados Unidos en 1846, Santiago Querquer abandonó su nombre de mexicano, su familia y el país, y retomando nuevamente al nombre de James Kirker trabajó para las tropas yanquis a quienes proporcionaba datos sobre tropas y movimientos de los mexicanos, y al final de la guerra se quedó en los Estados Unidos y continuó en la industria de las cabelleras.

Las recompensas por cabelleras cobraron tal auge que muchos de los guerreros perdieron esposas, hijos y hasta familias completas, lo que a su vez dio margen a que el odio de los indios hacia los blancos de ambos lados de la frontera se tornara en un sentimiento que guardaron siempre en lo más profundo de su ser, y tanto apaches como comanches intensificaron sus ataques contra los blancos sin piedad alguna.

Se ha escrito que los indios destazaban a los blancos que tomaban prisioneros luego de hacerlos padecer horribles torturas y que incluso llegaban a quemarlos a fuego lento. Esto era producto de lo que a las mismas tribus hacían los caza cabelleras que no tenían piedad ni con mujeres ni niños. Todo por un puñado de cabellos que valían cien pesos, o menos. Se cortaban las cabelleras porque era imposible cargar con los cadáveres. Las incursiones tenían una duración de días o semanas y no era posible conservar de ninguna manera los cuerpos de los muertos que en los calores del desierto se descomponían rápidamente. Las cabelleras eran, para las autoridades de ambos lados de la frontera, la prueba de que por cada una representaba un indio menos.

Las batallas fueron muchas por todo el norte de México hasta que apaches y comanches decidieron que no matarían más niños ni mujeres sino que cuando los llegaran a capturar se los llevarían cautivos. Esto en gran parte para reponer las bajas que les causaban los enemigos blancos y las enfermedades que les contagiaron.

Las mujeres cautivas eran tomadas como esposas por los indios y los niños eran introducidos a sus costumbres y se convertían en diestros guerreros, a veces mucho más feroces que los propios nativos. Fueron muchos los cautivos que se quedaron a vivir con los indios, incluso cuando algunos llegaban a ser rescatados se negaban a reintroducirse en las comunidades blancas y buscaban la forma de regresar con las tribus.

De los cautivos nacieron muchos hijos mestizos, entre los que destacaron como aguerridos jefes indios se encuentran Victorio, y Arzate, apaches, y el comanche Quanah Parker.

El fortalecimiento de los ejércitos de México y Estados Unidos pusieron fin a las contratas de sangre, aunque los indios siguieron cortando las cabelleras de los blancos que mataban, pero las tomaban como trofeo y no por recompensa como lo hacían los blancos que les enseñaron esta práctica.

 
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