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Noviembre 2011
Edición No. 273
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Los fieles difuntos

Luis Eduardo Enciso Canales.

Los tres son los principales mitos que todo pueblo presenta: el cosmogónico o creación del mundo; el antropogénico o creación del hombre; y al no resignarse a morir o dejar de ser, busca una proyección al más allá: tratar de trascender.
Eduardo Matos Moctezuma

La importancia de la preservación de nuestras tradiciones es lo que nos brinda la posibilidad de reconocernos como miembros de una misma sociedad, es lo que fundamenta los valores y lo que somos en esencia, la celebración de una de las tradiciones más antiguas que tenemos en México es la de los fieles difuntos o Día de Muertos; para los europeos, decía Octavio Paz, muerte es una palabra que prefieren evadir porque les quema los labios, en cambio para el mexicano, la acaricia, la burla, la frecuenta, duerme con ella, la contempla cara a cara con impaciencia e ironía. Siendo para el hombre el paso por este mundo efímero, es comprensible que su deseo sea perpetuarse aun después de la muerte.

Esta tradicional celebración en la actualidad tiene un matiz de sincretismo producto del paso del tiempo y su fusión con lo nuevo, pero no por ello deja de representar un elemento de riqueza cultural propio de nuestro país. Desde la época prehispánica, las diversas culturas asentadas en nuestra República, veneraban de diversas maneras a la muerte. Antes de la llegada de los españoles, los naturales creían que las ánimas habitaban en tres moradas diferentes: El Mictlán o región de los muertos, el Tlalocán y el lugar donde Vive el Sol.

En el Mictlán se congregaban las almas que perecían a causa de alguna enfermedad, tenían la creencia que los difuntos de ese lugar tomaban las ofrendas para presentarlas al diablillo que ahí reinaba, por eso en la tradición eran quemados en las inmediaciones de la casa donde vivía el finado un diablo de papel como parte de la conmemoración. El segundo lugar, era el Tlalocán; en ese lugar nunca faltaba el maíz, la calabaza, el frijol en vaina para alimento de quienes en vida habían muerto ahogados, leprosos, sarnosos e hidrópidos. Eran enterrados con semillas en la cara, vestidos de azul y con una vara en la mano, estos no necesitaban ofrenda. El tercer lugar era el lugar, donde Vive el Sol, hasta donde llegaban las mujeres muertas de parto, los sacrificados y los guerreros, los cuales después de cuatro años se convertían en aves de rico y colorido plumaje.

En la mayoría de los pueblos campesinos, ya sea de extracción indígena o mestiza, el 31 de octubre se monta la ofrenda dedicada a los niños o angelitos, y el 1 de noviembre a los adultos, es decir en víspera de su regreso anual al mundo de los vivos que se da en las primeras horas del día 2 de noviembre. En la actualidad, el culto a los muertos en nuestro país define a las diversas etnias, comunidades, urbes y estratos sociales, goza de reconocimiento y se le da un valor agregado en un mundo nuevo, convulso, dinámico y cambiante, es por eso que se presenta hoy como impostergable el mantener viva una tradición cargada de tantos significados en donde cabemos todos.

A partir del año 2003, la festividad indígena del Día de Muertos ha sido proclamada Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Esta declaratoria es otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, mejor conocida por sus siglas en inglés, UNESCO.

Como podemos apreciar, la Cultura es una actividad viva que se desdobla en diversos temas cruciales para nuestros tiempos, su importancia radica en que reivindica los valores y símbolos propios de cada pueblo, comunidades y grupos sociales que conforman una nación. Pero es en la autogestión comunitaria, desde donde será posible para las comunidades transcurrir adecuadamente entre la preservación y la innovación de su patrimonio cultural, entre la creación y la recreación, entre la tradición y la experimentación, entre la unidad y la diversidad, entre lo local y lo global; así podrán resistir, alimentando la memoria colectiva como pilar de la supervivencia, porque la noción de no sabernos solos agrega a esta labor un sentido de continuidad. Proteger y salvaguardar el patrimonio cultural heredado que nos pertenece, motiva la reflexión de que somos nosotros y nadie más quienes tenemos la responsabilidad de su conservación para las generaciones venideras. Como ya comente, nuestro paso por este mundo es fugaz, qué mejor manera de perpetuar nuestra esencia en una rica tradición de vida para los muertos.

 
luis_enciso21@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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